ÉRASE UNA VEZ… EL SABINAR y el acebal DE PRÁDENA
¡Hay lotería, oiga, hay lotería!
Tenemos los deuvedeses para los que hayan hecho el encargo por anticipado, sólo para los que hayan hecho el encargo, repito: Sólo para los que lo hayan hecho.
Y es que hay que leer bien los correos del Julierpa, que si no, nos quedamos sin el gordo de Navidad o sin la última entrega de Nando productions: el vídeo de la última temporada de excursiones con La incolora. A pesar de la crisis que vive el sector, la peli está patrocinada por Esperanza Aguirre (después de esto ya se retiró) y cuenta con la actuación estelar de Karlos Arguiñano, Maiquel Landon, Wyoming y José Mota, sin olvidarnos de los protagonistas: carpeto vettones de a pie, intrépidos pataliebres que se aventuran por unos exteriores hermosos, escarpados, imposibles casi, elegidos por la sabiduría y el buen hacer de Julio y otros sherpas, que no han escatimado en escenas con especialistas, como la ya conocida Bomberos en la nieve, con un helicóptero que parece de verdad y final feliz. Hay que ver la película: 2 € previo encargo a la organización.
Con estos antecedentes, difícil se le había puesto la situación a Alfonso, que tomaba esta vez el relevo en el mando de la expedición. El día había amanecido gris, amenazaba lluvia, y nos dirigíamos al norte, adentrándonos en la niebla y dejando algunos claros atrás. No sabíamos bien qué futuro nos aguardaba con un horizonte tan oscuro. Los primeros álamos y abedules amarillos, como con hojas de luz, iban jalonando nuestra ruta, y al llegar a Buitrago, reflejos de murallas sobre el agua, paleta de amarillos y de ocres, el sentir general era que había merecido la pena el madrugón, aunque sólo fuera por la belleza entre brumas que rodeaba al autobús.
Esta cronista se dejó arrastrar un poco por la poesía que transmitía el paisaje, pero no bien puso los pies en Casla, inicio de la marcha, se impuso la fría realidad: la lluvia deliciosa, cadenciosa, abundante nos esperaba en guardia al pie del autobús y casi no nos deja ni coger las mochilas. Perplejos, destemplados y cariacontecidos, entramos en el bar. Gracias a la previsión de Alfonso, diligente, estaban prevenidos: tendrían que poner más de 50 desayunos a la vez. Los pusieron con calma, a tiempo, sin problema.
Reconfortados, cruzamos la carretera y Alfonso arengó con voz firme y aguerrida a la tropa expectante, bastones y cestas en mano:
“Hay que seguir el camino principal. Son 300m de desnivel en 8 km. Si alguien se pierde, que será imposible no perderse, que tome cualquier camino a la derecha para llegar a la carretera y de ahí, al pueblo”.
Por la forma de describir el camino, yo pensaba que no tendría pérdida, pero él confiaba en nosotros: nos sería imposible no perdernos, y no le defraudamos. Nos adentramos en un cuento de bosque y niebla, de pequeña subida que los más rápidos hacen con paso alegre en un tris, los menos, charlando animadamente y con paso más lento y los más pequeños, provistos de cestas y de sabios maestros druidas, aprendiendo a descubrir las macrolepiotas, senderuelas y las pie azul y más tarde a distinguirlas de otras parecidas que, o bien no están tan ricas o son, directamente, venenosas.
El camino es ancho y fácil, las distancias entre unos y otros se van ampliando y al poco, se pierde el contacto visual. Esta que lo cuenta no ve al grupo de cabeza ni a los aprendices seteros detrás. En una encrucijada, vemos que el grupúsculo que nos precede gira a la derecha abandonando el camino principal. Esperamos al contacto visual con el siguiente grupillo para girar nosotros también. En la espera, llueve. La niebla, que arranca del monte, a nuestra izquierda, ensancha nuestro espíritu. En nuestro periplo particular, lo crean o no, – tan sólo otros 3 pataliebres son testigos – un corzo no sólo se deja ver, sino que recorre un buen trecho delante de nosotros, retrocediendo incluso en su camino dando saltos gráciles. ¡Lo que faltaba a la atmósfera de cuento!
Pero hubo más cuentos que el del corzo. Hubo largas esperas. Ligeros temores, porque nunca se sabe cómo acaba el cuento y el camino no estaba tan claro. Nos quedábamos fríos sin andar, así que confiando en el instinto de los que había rezagados reemprendimos la marcha. Y yo, que nunca había estado en un sabinar, conocí estos árboles, majestuosos, ancianos, venerables. Su madera es tan densa, oí que dijo Alfonso, que con ellos se hacían las quillas de los barcos. Los ritmos desiguales hicieron que el grueso de la tropa se estirara otra vez.
Avanti, siempre avanti, la niebla ocultaba una sorpresa donde nuestro camino se encontraba con otro perpendicular. Allí podían verse sujetos pataliébricos de toda edad y toda condición. Aquellos que creíamos detrás de nosotros esperaban contentos, con las cestas repletas o con fotos de los acebos en fruto a los que nosotros no habíamos llegado.
Comimos en el área recreativa de Prádena, poblada de sabinas como el resto del sabinar, con mesas a la sombra donde estuvieron en exposición champiñones gigantes, un boletus (no edulis) y algunas coprinus comatus, de cuya existencia y nombre, ignorante de mí, nada sabía hasta hoy.
Compartimos viandas, tan bien como siempre la bota de Arsenio y al final, llegó el momento cumbre de la jornada, momento emotivo -el motivo, podríase decir- de la excursión: El encuentro con José Manuel, gran incoloro de ahora y de siempre. No habíamos visto el acebal.
“Qué pena que os hayáis perdido el acebal, pero si es lo mejor…”
Y tenía razón. Yo, al acebal no llegué, pero lo vi en sus ojos.
Un último café en Prádena para matar el frío, cánticos al fondo, como siempre, y una simpática polémica entre Pedro y Rania, cantándose coplillas en el autobús. Llegada, despedidas, reparto de las setas entre la concurrencia. El que las repartía no se llevó ninguna, transparencia absoluta, tapita de morcilla en la Mancheguita y la seguridad de que, aunque el horizonte parezca muy oscuro nos esperan maravillas, da igual qué cuento vivamos, pequeñas y grandes dos pasos más allá.
Alfonso dice
Una muy acertada y emotiva cronica, que bien narrada si cierras los ojos lo rememoras todo, nos queda el Acebal para otra, que es una pasada.
Nando dice
Muy bonita Pilar! Menos mal que esta vez los pataliebres de “casi siempre” no nos perdimos, las inclemencias del tiempo y los pedos de lobo nos llevaron por otros caminos. La próxima vamos a rolex, vale!
Nando dice
Se me olvidaba! Agradecer a Alfonso la tarea de guía y que no se desanime que nos tiene que llevar de nuevo al Acebar, pero no te olvides, a rolex!
Julielfos dice
De las mejores crónicas que se han escrito es está tribu. Pilar, te vas a tener que currar alguna más, ein?
Casas family dice
Estupenda crónica! Aprovecho para agradecer a Agustín su extraordinaria labor como canguro-micólogo de la chiquillería presente y en particular de los tres Casas, que le tienen en un pedestal… 🙂