Había pronóstico de bajada de temperaturas y lluvias, pero algunos no nos lo creímos del todo. En Madrid si bien es cierto que hacía fresquito por la mañana temprano, el cielo estaba despejado, y nada auguraba que los hombres del tiempo fueran a acertar.
Después de nuestra parada habitual para comprar pan, tomar un café y acabar de saludar a los amigos que no nos había dado tiempo antes de subir al autobús, llegamos al puerto de La Morcuera, nuestro punto de partida de la excursión.
Aquí ya si había más nubes y se notaba más frio el ambiente, así que nos abrigamos y preparamos para nuestro andar. Y a los cinco minutos ya empezó a llover, así que nos acabamos de equipar los que no lo habíamos hecho aún.
El camino era amplio y nos adentramos por un paisaje espectacular, exuberante de vegetación. Un olor a tierra mojada y una sensación de respirar limpio nos acompañó todo el camino. La verdad es que la lluvia también nos acompañó, caía fuerte, y después de dos horas así, se decidió que se acortaba el camino y nos desviamos del camino inicialmente previsto.
Cuando llegamos a un cruce de caminos, ya no llovía, así que en vez de seguir hasta El Paular, se decidió que se subía a las Cascadas del Purgatorio. La idea era comer todos juntos en una pradera que había más arriba. Y así hicimos.
Aunque la subida era suave, aunque cada vez más empinada y el camino más angosto, el paisaje al lado del río cargado de agua nos llenaba de energía para seguir. Eso sí, el grupo se fue distanciando.
Unos llegaron arriba de la cascada, otros la contemplaron desde abajo, hubo quién ni llegó y hubo quién se volvió a mitad del camino. Eso sí, todos disfrutamos un montón y juntamos un montón de experiencias.
Mientras unos empezaban a comer, empezó a llover de nuevo muy fuerte y tuvieron que salir corriendo. Otros no comieron y se bajaron a Las Presillas directamente cuando vieron el marrón que se avecinaba. Hubo a quién le cayó una granizada que se tuvo que refugiar debajo de un puente. Los truenos acompañaron a todos y al final nos juntamos en Las Presillas tomando un café calentito, cerveza o el buen vino que los más exquisitos llevaban consigo.
En el camino, hubo quién disfrutó de unos San Fermines improvisados, los proporcionó Oto, que todo valiente se metió entre un grupo de vacas, toros y ternerillos y se puso a ladrarlos hasta que consiguió que todos salieran de estampida, con el consabido susto de los que iban por el camino por el que se lanzaron. Risas y disfrute a tope.
También, en el camino, pudimos disfrutar de un paisaje medio blanco cubierto por el granizo, que junto a las distintas tonalidades verdes de la vegetación, los colores de las flores, malvas, amarillos… y unos rayos de sol que salieron por unos momentos, nos hizo sentir la maravilla de la naturaleza y la suerte de poder formar parte de ella.
Las más jóvenes de la excursión, Rania y Paula, se portaron como unas campeonas, aguantaron como el que más, bueno, más que algún adulto que a mitad del camino nos volvimos. Qué bien poder compartir con ellas estas aventuras y ver cómo se adaptan al entorno, son nuestro futuro.
Al final, llegamos a El Paular y el autobús nos devolvió a casa, el camino se hizo cortísimo, yo creo aún seguíamos allí a pesar de ya estar aquí.
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