De buena mañana veraniega nos pusimos en marcha para el incierto viaje al Tiemblo. Castañar, caminar y baño. Parecía fácil y rápido. La Incolora no se acalora.
El autobús nos deja ya en el corazón del bosque, en la llamada Garganta de la Yedra. Árboles esplendorosos, esbeltos, algunos fabulosos, arbustos, flores y agua. El sol penetra a chorros por entre las ramas.
Al abrigo de la vegetación no hace calor. Comenzamos a ascender por suaves laderas que nos llevan hacia la cumbre, a un collado entre montañas: la pradera del Pozo de la Nieve. Pero antes de esto recorreremos parte del castañar y vemos muchos ejemplares de estos árboles tan centenarios. Y robles gordos, nudosos, gigantes biológicos. Y alisos, galerías en los arroyos, formando un rarísimo bosque en una ladera llena de fuentes y regatos. Hay también pinos, encinas, retamas y otros. Un gran bosque.
En la primera parada se nos anuncia que se suspende la visita al Abuelo, por causas de fuerza mayor organizativa. Es una lástima porque es este el espécimen más famoso del castañar y muchos de nosotros no lo hemos visto. Pero no importa, ya habrá otras oportunidades.
Subiendo, subiendo llegamos a la pradera del Pozo de la Nieve. Hito senderista donde coinciden varios caminos, el más importante y visible es el que viene del tan cercano, ahora, Pico de Casillas.
El Pozo de la nieve es un lugar para el descanso y la contemplación. Vemos el reconstruido depósito que servía para producir hielo, con su escalera de película, que te deja en el inquietante fondo, si quieres.
Hacia el noroeste florece una especie de retama de altura que ocupa grandes extensiones en las laderas de esta parte de Gredos y que producen un bello impacto de color en el paisaje, amarillo sobre un verde nebuloso en el azul inmenso del verano.
Todo ha ido muy bien hasta aquí. Comemos y bebemos algo, es la una y media, incluso comenzamos a echar unos traguitos de vino. Hago fotos y curioseo el edificio, por dentro y por fuera, los alrededores, la pradera. En unas plataformas graníticas está nuestro guía, me llama, parece que está en un lugar especial, con otras dos o tres personas. Y es un lugar especial: justo debajo de la plataforma de rocas comienza el Valle de Iruelas, una parte de cuya cuenca alta estamos admirando. Al final del valle se puede ver el embalse de Burguillo.
¡El Valle de Iruelas! Lo vamos a hacer de arriba abajo, no me había percatado y me encanta.
Había hablado antes, con Julio, de compartir el pan, se lo paso y comienza a prepararse una tapa. Me dice que llame a la gente, que vengan para acá que este sitio es estupendo. Doy el aviso a los del edificio, que van viniendo en grupos. Cuando estamos todos o casi, se conmina al guía para que continuemos, no se le deja ni comer.
– Está bien –dice. Y abandona la comida.
Se levanta y nos comunica:
– Ahora viene lo incierto.
Se producen los típicos comentarios más o menos resignados. Pero él maneja varios mapas:
– Parece ser que hay un camino que baja por aquí y enlaza con una pista que sigue bajando y enlaza con otro camino y otras pistas que ya nos llevan al pantano.
Está bastante claro. Y desde la misma pradera del Pozo de la Nieve comenzamos a bajar por un barranco, por entre rocas enormes y arbustos, piedras sueltas y maleza, zarzas y ramas secas, y árboles descomunales de múltiples brazos y cabezas y raíces como nudos de cabelleras. Como si descendiéramos a un pozo vegetal. Evolución, bosque encantado de onírica belleza.
Descendemos por veredas inciertas y poco frecuentadas, pero la ruta es practicable y pronto vemos una pista cercana. Camino escalonado. Nos aproximamos con ganas al fin del barranco hasta que salimos a una cómoda pista, seguimos hacia la izquierda. ¡Y qué casualidad! ¡A pocos metros discurre un arroyo, con una sombra fabulosa, con rocas cubiertas de musgo y sin apenas maleza que estorbe! Y es la hora de comer.
Parece todo preparado como en un cuento. Y nosotros somos los gnomos de estos grandes troncos que nos cobijan. Desplegamos, sin manteles, nuestras graciosas viandas. Sencillas y sofisticadas, clásicas y modernas, cubertería, utilería y artillería. ¡Qué sitio más bueno para llevárselo!
Pero no es posible más que disfrutarlo, como fue dicho: “Que la huella de tu paso sea la adoración, que sea Gaia la que deje huella en ti”.
Bien, el agua corre por entre las rocas, chorros y pequeñas cascadas, un pilón para refrescarse. Alimentados y descansados, hay que continuar. Seguimos la pista, ahora no estamos a cubierto y hace calor. Pero al poco, la ruta necesita abandonar la pista que llevamos y tomar una rodera muy marcada, que baja directa por una loma de agradable desnivel y en sombra, de nuevo. Tras marchar por ella un rato, la dejamos y caminamos por otra pista que desciende acompañando a los hermosos arroyos con vegetación en galería y con multitud de árboles singulares, pinos y robles los más grandes, incluso inmensos, como el del final.
Desde aquí ya no hay ninguna dificultad, ni orográfica ni de posible confusión, todo es una fácil bajada por camino de ruedas y carretera asfaltada hasta el pantano. Nuestro guía lo ha bordado.
Y el Valle de Iruelas nos va mostrando su tesoro botánico incomparable, de los más ricos, variados y sanos del Sistema Central. Árboles varias veces centenarios, altos como torres, con plantaciones de especies no autóctonas, semejante a un Jardín Botánico.
Es muy largo el camino de todo el valle, desde las cumbres de Gredos hasta el embalse. El camino serpentea, cruza los arroyos por puentes de piedra o de madera, se acerca y se aleja del agua, y al separarnos de las galerías arbóreas hace calor. ¡Qué calor pasamos al final, por el asfalto! No podía ser menos un 25 de Junio. Pero sofocamos nuestros recalentados cuerpos en el pantano y luego en el bar de la zona recreativa.
Ha sido la última excursión de la temporada y ha sido fantástica: el Castañar del Tiemblo y el Valle de Iruelas.
Un saludo a todos las andarinas/es y buenas vacaciones. Hasta el año que viene, en los senderos.
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