Con un largo trecho por delante tocaba madrugar, y tanto madrugamos que ni los bares cercanos podían ofrecernos un primer café mañanero. Todavía de noche, con todos ya presentes, nos pusimos puntuales en marcha y pronto el sol, asomando entre grises nubes, empezó a dejarnos un bonito amanecer.
Cercanos a las estribaciones serranas encontramos todo un horizonte de oscuras nubes, algunas de ellas incrustadas en las cumbres, que hacen pensar en que una compañera se nos quiere unir: la lluvia.
Salimos de la autovía para afrontar unas carreteras, cada vez más estrechas y viradas, que atraviesan Gandullas y Prádena del Rincón llevándonos por un paisaje salpicado de encinas, robles y pastizales en los que el ganado empieza a estar activo.
La carreta empieza a coger altura, las nubes siguen ahí, aparecen los primeros helechos ya con tonos ocres, el otoño empieza a recibirnos con colorido esplendor, árboles y arbustos solitarios lo reafirman con intensos tonos rojizos o tonalidades amarillas.
Superamos el puerto de La Hiruela y el cielo cambia. Dejamos atrás las amenazantes nubes y se abre ante nosotros un espectacular valle donde espera nuestro destino.
La Hiruela, que ese día celebraba una nueva edición de su Fiesta de Recolección del Pero (manzana), nos recibe con sus hermosas construcciones de piedra, adobe y carpintería de roble. Los puestos de productos típicos empiezan a funcionar, pero no nos podemos entretener, es momento de cafés, y desayunos para los peques que han sufrido la sinuosa carreta, tras los cuales llega el momento de explicar la ruta y sus variantes para que cada cual elija en función de sus preferencias.
Salimos del pueblo, atravesando una portilla, y encaramos un camino junto a huertos y frutales para adentrarnos después en una senda compartida con una reguera. Avellanos, cerezos, abedules y zarzamoras nos cubren hasta llegar a la Fuente Lugar. Aquí encontramos el antiguo lavadero, utilizado especialmente en invierno por ser una zona soleada y recogida.
Cambia la vegetación, empiezan a predominar los robles, y tras cruzar un arroyo dividimos el grupo. Los más andarines comienzan a subir por un bosque de robles, dando un rodeo, y el resto prefiere más tranquilidad y encaran directamente los puntos singulares del recorrido que todos veremos.
En el bosque de robles encontramos ejemplares centenarios de caprichosas formas y un tapiz de helechos. Durante todo el recorrido aparecen distintas variedades de setas y evidentes señales de que los jabalíes han hozado el terreno buscando las bellotas de los robles. Alcanzamos un despejado collado y con poco acierto tomamos un desvío equivocado que, si bien nos lleva a la pista forestal correcta, nos convierte en exploradores intrépidos al tener que ir trochando y por un cauce seco.
Alcanzada la cómoda pista, recorremos la zona de dehesa utilizada por el ganado para acercarnos hasta un árbol singular de la Comunidad de Madrtid. Un rebollo, también denominado roble melojo, de aproximadamente 800 años, unos 25m de altura y 6m de perímetro. Las formas de los robles centenarios se deben a las continuas podas a las que se veían sometidos para obtener leña.
Avanzando por la pista alcanzamos la carbonera en la que se obtenía carbón vegetal, de alto poder calorífico, a partir de la madera de roble tan abundante en la zona. Poco antes de llegar a la carbonera, desde la pista y en la distancia, se ha podido alcanzar a ver el colmenar tradicional en el que ya se encuentra el resto del grupo tras haber visitado ya el rebollo de la dehesa y la carbonera.
Seguimos los pasos de grupo adelantado hasta llegar al colmenar. Las colmenas, formadas por troncos huecos tapados con losas de granito, se encuentran en un recinto cerrado por un muro de piedra y constituyen, con más de 200 años, una de las instalaciones apícolas más antiguas de la Comunidad de Madrid.
Tras arribar todos al área recreativa, junto al molino de La Hiruela, llegan la hora de comer y un merecido descanso. Los incombustibles peques que nos acompañan, pese al esfuerzo de la caminata, siguen corriendo y brincando, algo misterioso debían tener esas moras que han ido disfrutando durante el camino.
El río va crecido impidiendo tomar caminos previstos así que, tras un breve recorrido por la ribera en el entorno del molino, toca subir al pueblo donde nos espera la Fiesta del Pero con sus actuaciones musicales tradicionales.
Llega la hora de terminar una agradable jornada, en un entorno espectacular, compartida entre un puñado de vecinos y vecinas de Villaverde. En el autocar hay más silencio que a la ida, el cansancio se nota y los peques, acompañados por alguien más, caen en los brazos de Morfeo.
Mari Luz dice
Gracias por hacernos partícipes con el relato. Espero que, al menos Miguel, pueda ir a la próxima. Siempre ha sido un balón de oxígeno el compartir las excursiones con todos.
Yo este año tengo problemas con una pierna, pero tengo muchas ganas de volver a sentir el aire en cada poro y compartir sonrisas con todos.