Se armó el Belén
Sabíamos que esto iba a pasar, pero no tan pronto… El “paseíto” (por la suavidad de la marcha que suponía la excursión por la Hoz del río Dulce) se inauguró marcado por la tragedia. Sí, señores y señoras, sí. Nada más llegar a la conocidísima estación de Villaverde, con ilusión renovada y energías nacientes (nacientes según íbamos despertando, por el madrugón en el Sabbat), la mala noticia nos cayó encima como una fría losa de mármol: No habría parada para desayunar.
Estaba claro que así el día podría acabar en desastre, por lo que, el que más y el que menos, se buscó la forma más adecuada para llenar su panza por sí mismos: Unos en el bar, otros comprándose un bollicao cerquita de la estación.
El caso es que, como siempre, el reloj del autobús se quejó de los minutos gastados y, como consecuencia directa, el “chofer” estuvo pendiente en todo momento de que nadie se levantara… lo cual fue aprovechado por Nando para, ya que estábamos todos sentaditos y formalitos, ponernos en las pantallas un montaje de video que esperaba que le comprásemos (por alguna extraña razón, alguien llegó a llevarse hasta tres).
Pues bien, con estas llegamos a La Cabrera sin demasiados incidentes. Y aquí empezamos la marcha, mezclándonos sin querer con otro grupo que, por desgracia para ellos, tenían que hacer el mismo camino que nosotros… Pobres almas descarriadas.
Lo primero fue llegar a Pelegrina por una senda totalmente llana y muy agradable, por lo que alguno incluso aprovechó la ocasión para respirar aire de ciudad. ¿Cómo, en mitad del campo? Fácil. Llevándose un cigarrillo a la boca (encendido, claro). Los habrá que nunca cambiarán…
Por el camino encontramos unos extraños frutos que crecían en algunos árboles. Eran alargados, de un color azul translúcido, con tapón, y una etiqueta que rezaba “siente el efecto Bezoya”. No sé que efecto será ese… pero espero que los lectores se abstengan de hacer rima alguna.
Al pasar por delante de Pelegrina, inexplicablemente, dos personajes se perdieron para regresar más tarde. Al parecer, un tal Mahou les estaba esperando en alguna parte. Extrañas criaturas, los humanos. A cambio, recibimos un caminante extra: Un perrito negro aficionado a los palos (para jugar, no para recibirlos), que se empezó llamando Trusky. A lo largo del viaje iría cambiando de nombre.
Tras una primera parada, en la que nuestro Juliserpa creyó haber encontrado la última nuez de la temporada, para después descubrir que algunas personas más la habían encontrado también, pasamos por delante de un antiguo “almacén” que Félix Rodríguez de la Fuente construyó y utilizó para guardar sus equipos de filmación. Ese fue el momento ideal para empezar a hacer extrañas fotos de lobo-hombres poniendo morritos… No, mejor no preguntéis.
¿Y sabéis que pasó después? Pues que nos perdimos. Nuestro guía se equivocó de camino, con lo que cayó un mito, y pasamos campo a través clavándonos cardos por doquier… menos mal que ya lo había avisado antes Juliserpa: “Aquí es muy fácil perderse”. Un servidor no quiere pensar mal, pero a la mente me viene la idea de que nos perdió para reafirmar sus palabras. Quién sabe.
Sin incidentes memorables, conseguimos llegar a la cueva de la calavera de Washington, que nos miraba como diciendo: “ya están aquí los incoloros tocándome los… rizos”. A estas alturas, Trusky se llamaba ya Trosky, y había decidido que la compañía de animales no le agradaba mucho, que prefería entes inteligentes. Así que se fue a jugar con otros perros y nos abandonó.
Momento de foto y de actuaciones. Todos acurrucaditos en la cueva diciendo patata y barbaridades varias, Pedro erigido como líder de clan, instándonos a cazar bisontes abandonando nuestro hogar, y un magnífico y cálido baile del Waka-Waka interpretado por las más peques del lugar (y alguna intrusa).
Comida variada (ensalada de granada y queso, empanada de “todo lo que tenía en la nevera”, sándwiches del Rodilla caseros, etc.). Bebidas varias (pásame la bota), y mil chocolates distintos. Lo típico. Estos alimentos, cual milagro de los panes y los peces, fueron la antesala del gran acontecimiento del día: El Belén viviente.
Tras varios intentos de organización, se consiguió formar un grupillo interesante que intensaba simular un curioso cuadro de la natividad con poco éxito. A saber: Una virgen roja, un San José con boina, un niño Jesús con barba y moviéndose como tortuga panza arriba, un buey pelirrojo que necesitaba sujetarse los cuernos para que no se cayeran y, eso sí, un maravilloso elenco de ángeles guardianes.
Tras esto, debido al frío y sabiendo que en Pelegrina nos esperaba un café bien calentito, la vuelta se hizo muy, muy rápida. Por el camino, alguien divisó una cabras que resultaron ser cervatillos, gamos o algo parecido (nunca llegamos a saberlo), y algún que otro buitre.
Ya tomando el café, Trusky-Trosky regresó con nuevo nombre y sexo: En realidad era una perra y se llamaba Laika. Lo que no sabemos es si era rusa o no. Y trotando y jugando nos acompañó hasta el castillo, desde donde pudimos divisar varias colonias de buitres, que esperaban el resbalón de alguno de nosotros para lanzarse a la conquista de un banquete.
La vuelta del castillo fue rápida, y Trusky-Trosky-Laika nos acompañó hasta el bus. De la vuelta, qué decir que no sepa ya cualquier viajero incoloro: Bautizos pataliébricos, canciones viejunas y sobretodo, mucha, muchísima alegría.
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Redactor dice
Ha habido un espontáneo que se ha tirado al ruedo de las crónicas.
Mi primera vez (con La Incolora)
Excursión al Cañón del Río Dulce
¡Qué bien! ¡Qué día más bueno nos va a hacer! Eso dice el del tiempo por lo menos. Bueno, pues vamos allá. Hora y media. Hacia Sigüenza.
Tengo camisetas y lotería. ¿Quién quiere un dividí? Siéntese, señora, o no arranco. Pues entonces ponlo en la tv. ¡Mira, ahí estamos! ¡Qué gracioso!
Ya llegamos. Yo tengo que hacer pis. Y yo. Vamos, que ahí viene otro grupo.
Qué paisaje tan bonito. Y qué marcha tan agradable. Mira, ya sale el sol. No, todavía le cuesta. Pero va a abrir, seguro.
Paramos aquí. Un refrigerio y un pis. Seguimos. Quien se pierda, a final de la senda en la cueva. Qué fresquito. No, pero va a abrir, ya verás.
¡Anda, un perro! Qué le gustan los palos a Incoloro. Llegamos, ésta es la cueva. Venga, todos dentro. Esa foto. Los pequeños, que bailen el Wakawaka. A comer. Toma, tortilla. Pasa la botella. Tengo el culo frío. Ya se armó el Belén. Que nos faltan los cuernos del buey.
Qué frío. No, pero ahora abre, ya verás. Venga, que nos vamos. Yo quiero un café. En el pueblo. Pero, ¿hay bar? Dos con leche. Una manzanilla.
Vamos a subir al castillo. Será el de Herodes. No, pero debería serlo. Rania, Marta, dejad al perro. Mirad, un buitre. Qué cerca. Cuidado, niñas, que viene a por vosotras. Anda, no. Qué pena, pasó de largo.
Venga, que nos vamos. Ya hace mejor temperatura. No, pero va a abrirle tiempo. Seguro. Chófer, la calefacción. Atasco a la entrada. Menos mal, ya llegamos. Sí, pero por lo menos no ha llovido.
Anthony Corner