“Podemos llevar Coca-Cola a todo el mundo, pero parece que no podemos llevar medicinas para salvar a un niño de algo tan simple como una diarrea”, dijo la cantante Annie Lennox hace unos años. Ahora, un equipo de investigadores han querido comprobar si aquella frase iba más allá de la anécdota. Sin embargo, han encontrado que en muchas zonas del África subsahariana es más fácil conseguir productos como una tarjeta para recargar el móvil que un antibiótico. Si la situación se revirtiera, se podrían salvar las vidas de más de seis millones de niños y ahorrar 231.000 millones de dólares.
El Centro Internacional para el Acceso a las Vacunas (IVAC), que depende de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health, ha publicado esta semana un estudio donde importan más los datos que sus conclusiones. El trabajo constata que el suministro de mercancías a muchas zonas se enfrenta a un sinfín de dificultades: malas comunicaciones, lejanía de los grandes centros de distribución, deficientes sistemas para el mantenimiento de la cadena de frío y, ya en destino, pequeñas tiendas que no tienen las condiciones mínimas para un almacenamiento decente.
Sin embargo, la ratio de disponibilidad de bienes de consumo es varias veces superior a la de las medicinas. En Tanzania, por ejemplo, la gentamicina o la ceftriaxona inyectables (potentes antibióticos que se usan en infecciones graves) es entre 10 y 18 veces más difícil de encontrar que las tarjetas prepago para los móviles. Mientras, en Kenia la posibilidad de que no haya existencias de amoxicilina triplica a la de las recargas.
Pero además de las dificultades que comparten con otros bienes, las medicinas sufren algunas extra. Los medicamentos necesitan que los niveles de humedad y temperatura no sobrepasen unos umbrales. La mayoría de los antirretrovirales, por ejemplo, necesitan viajar refrigerados. Otras formulaciones han de ser administradas por personal especializado, lo que complica su distribución.
El resultado de todo esto es que buena parte de los medicamentos que los bienintencionados de Occidente donan o pagan nunca llegan a su destino o llegan inservibles. Los investigadores sostienen que se pierden unos 30 millones de dosis de vacunas por una deficiente cadena de frío. Mejorando los sistemas de gestión, distribución y almacenamiento se podrían ahorrar 162 millones de dólares al año. Otros elevan las cifras del desperdicio. Un trabajo reciente de la Gavi Alliance, donde participan grandes países donantes, Unicef o la OMS, estimó que se pierden entre 25 y 50 millones de dosis en los países menos desarrollados sólo de la vacuna pentavalente, que sirve para inmunizar contra la difteria, tos ferina, tétano, influenza tipo b o hepatitis B.
La solución que dan los autores del trabajo es que la distribución de las medicinas copie la de los bienes de consumo. Ponen como ejemplo a los sistemas de distribución que ha montado la compañía Coca-Cola en algunas zonas de áfrica. Su nombre, Centros de Distribución Manual, lo dice todo. Carros tirados por bueyes o por los mismos vendedores han conseguido llevar la chispa de la vida a los rincones más remotos de Kenia o Tanzania. Fuera de la anécdota, el informe cree firmemente que la asociación con el sector privado puede acabar con la ineficiencia que provoca tanto despilfarro de medicinas.
Pero, como también reconocen los autores, esta colaboración ideal entre empresas e instituciones u organizaciones sanitarias tiene varias limitaciones. La básica, que ellos mencionan casi de pasada, es que mientras que la distribución de los refrescos y las tarjetas prepago se basa en el beneficio que cada eslabón de la cadena obtiene, la de las vacunas se basa en maximizar el acceso de la población al menor coste posible. Como el agua y el aceite.
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