A LA HIRUELA DESDE MI VENTANA
Aquí me encuentro sin comerlo ni beberlo, frente a unas
cuartillas y bien liado por el amigo Alfonso, intentando
realizar una crónica de la excursión a La Hiruela de
este pasado sábado.
Como decía mi recordado Enrique Urquijo:
“…. estoy metido en un lío
y no sé como voy a salir….”
En medio de este mundo que nos toca vivir, en que los
unos tratan de demostrar a otros quien la tiene más
grande, a base de kalashnikov los unos y aviones
bombarderos los otros, miro desde mi ventana la ropa
tendida de mi vecina, para ver si de esta forma me viene
la inspiración.
Como solo veo manteles, servilletas y calcetines, (poco
evocador está hoy el tendal de la vecina), cierro los ojos
para tratar de transportar mi imaginación.
Y es así, con los ojos cerrados y apoyado en el
antepecho de mi ventana, como empiezo a ver un
pueblo que trata de agarrarse a la ladera de la montaña.
Si de un pintor fuese, voy trasladando mi imagen a un
lienzo, para que esta, no se me difumine tan
rápidamente como me llegó.
¡Pero qué es esto! Si me he ido al final del cuento y lo
que quiero es empezar por el principio.
“…..al principio Dios creó al hombre y
a la mujer y los puso Adán y Eva….”
¡Joooder! No quería decir tan al principio. Tendré que
ordenar un poco este sueño mío.
El sonido del claxon que me entra por la ventana, me
despierta en la estación de cercanías de Villaverde Alto,
subiéndome en un autobús que me dejará en el puerto
de La Hiruela.
El paisaje que veo desde mi ventana, es bien distinto al
tendal que me ofrece mi vecina. Ahora lo que se tiende
en esas viejas cuerdas, son valles y bosques de robles
y hayas, que se dejan descolgar por las hermosas
montañas que me rodean.
De una singular diligencia, se bajan personajes con
vestimentas muy coloridas, que poco a poco van
componiendo su vestuario para adaptarlo a la fría
mañana. Seguidamente comienzan a caminar por pistas
forestales como antiguos colonos a la conquista de
estas montañas.
Rápidamente se va formando una hilera, y con un
caminar tranquilo y sosegado nos vamos introduciendo
en estos bosques. Entre el sonido del aire que mece las
copas de los árboles y el piar de los pájaros, se oye al
fondo una voz grave que advierte:
“¡Ester! siempre a mi lado sin perderme de vista.”
“Que sí tío que ya te estoy viendo.”
Estas voces se confunden con las de mi vecina
llamando a su hijo:
“¡Marquitos, que subas ya para hacer los deberes!”
Me abstraigo de todo lo que me rodea en este instante,
volviéndome a fugar de mi habitación por la ventana y
recuperar la marcha tranquila, a la que me incorporo
con el ánimo renovado.
Vamos dejando a nuestra izquierda el pico Mondalindo,
La Cabrera, Lozoyuela…., todo ello amenizado con
una conversación animada a medida que va pasando la
mañana. En medio de las conversaciones, chistes y
comentarios, se nos cuela unas notas pintorescas a
cargo de Pedro, sobre las piedras metamórficas y
plutónicas, que nos hace más entretenido nuestro
caminar.
Entre parada y parada para el inevitable reagrupamiento
y tomar un poquito de resuello, algunos lo aprovechan
para la recogida de setas, que generosamente
repartirán entre todos al final de la jornada, con receta
incluida. Más extraño a mis ojos, es la cosecha de
piedras que un tal Miguel realiza para su personal
distracción.
Algo más adelante, por debajo de nuestra vista,
divisamos el bonito pueblo de El Cardoso, que nos va
anunciando que ya queda poco para la meta.
Al cabo de unas horas y tras un tranquilo y agradable
paseo, descendemos hacia el pueblo de La Hiruela, no
sin antes divisar a lo lejos su hayedo centenario para la
recreación de nuestros sentidos.
En una pradera y con nuestro destino a los pies, nos
sentamos en unas complacientes piedras para
acomodarnos lo mejor posible para comer. Como
buenos compañeros de viaje, compartimos vino,
viandas y conversación entre frío, aguanieve y
pequeñas gotas de agua congelada.
Estos pequeños inconvenientes, no lograran torcer
nuestro ánimo, contrarrestándolo con un buen caldo y
un calentito café, gentileza de Carmen.
Con este ambiente tan distendido, me voy nuevamente
a mis sueños de pintor, imaginándome este pequeño
pueblo nevado en el duro invierno que de rigor
abrazarán a estas montañas.
Ya camino de casa, la noche nos va arropando en el
viaje de vuelta y yo veo el momento oportuno de bajar la
persiana de mi habitación, y disponerme a escribir estas
líneas, para intentar contaros la crónica de este día tan
agradable entre vosotr@s.
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