Por fin, ya estamos todos y subimos rápidamente al autocar para dirigirnos hacia la carretera de Burgos.
El tiempo no parece bueno, la niebla envuelve el paisaje a pesar de los buenos pronósticos para hoy. El buen ánimo que llevamos para andar por los caminos, no quita algún comentario temeroso de lo que nos depare el tiempo.
Cuando bajamos del autocar, en Valdemanco, un sol invernal calienta el ambiente y nos acompañará toda la jornada, haciéndonos pasar, incluso, calor en las subidas.
Lo primero es tomar un café, o lo que a cada uno le pida el cuerpo, y nos dispersamos por los bares de la zona.
Empezamos enseguida la marcha desde la plaza del pueblo. El camino va ganando altura con varias curvas, los más avezados cogen un buen ritmo y otros van más relajados. Esto hace que, en el collado del Medio Celemín, en un cruce de caminos, unos tomen hacia un lado y otros hacia otro, con lo que el grupo se divide.
Los que quedan más atrás, en cuanto se dan cuenta del despiste, empiezan a poner en marcha todos los conocimientos técnicos para encontrar al grupo de cabeza. Enseguida se consultan GPS, se buscar referencias de orientación, se establecen comunicaciones por móviles, se dialoga entre el grupo sobre hacia donde ir, unos optan por la derecha, otros por la izquierda. En un momento dado, el grupo se divide, ahora ya somos tres grupos. Pero no, parte da marcha atrás y ya de nuevo somos dos grupos. Atajamos por el medio y enseguida vemos a los compañeros que nos esperan. Estamos en el Torreón de Valdemanco.
Seguimos ganando altura y antes de hacer el último ascenso, paramos a comer al pie de Cancho Gordo que se eleva hasta 1.430 metros. Los niños, impacientes, empiezan a jugar, subiendo y bajando el inicio del ascenso.
Después de comer, ya no podemos resistir más y la mayoría subimos por una cornisa en la roca hasta una canal abierta en la piedra. Julio nos pone una cuerda de seguridad para ayudarnos en el último tramo. Llegamos arriba, donde se levantan los restos de una caseta. A su lado, está el mojón del Instituto Geográfico, que señala que estamos en la cima.
La vista es espectacular, fotos, relax, expansionarse con el paisaje, sentir todo lo que nos rodea desde esa altura, nos hace sentirnos especiales.
Miramos los buitres planeando en las térmicas, parece que pudiéramos tocarlos, casi volar como ellos. Nos cuesta bajar, pero al final tenemos que hacerlo. Un rappel nos anima la bajada por las piedras.
Una vez recogido todo, comenzamos el descenso, el retorno. Lo hacemos con cuidado, el camino está erosionado y corren arroyuelos. Después de casi una hora, al pie de la sierra, vemos varios chalets, y alcanzamos la pista que lleva al convento de San Antonio.
Algunos deciden ir al convento y tienen la suerte de que se lo enseñan. Otros optamos por ir a por unas cervecitas a La Cabrera, donde nos espera el autocar.
El convento es un precioso templo románico del siglo XI-XII perfectamente restaurado. Esta zona tiene un asentamiento visigodo justo enfrente al templo y se dice que la iglesia se levantó sobre los restos de una ermita visigótica. El monasterio está en manos de los misioneros Identes, que la regentan y cuidan.
Los compañeros que visitan el convento vuelven encantados con la arquitectura que han podido contemplar de cerca. En fin, es el remate final para el día.
Mientras nos tomamos unas cervezas, comentamos el día tan maravilloso que hemos pasado. Solo nos queda pensar, ¿dónde será la próxima aventura?
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