Hace unos días asistimos en Madrid a una huelga del sector del taxi ante la competencia desleal a la que contribuía una apps de móvil.
Este tipo de injerencias por parte de colectivos que buscan en unos casos su lucro personal y en otros la reducción de gastos, a costa de sufridos profesionales (pequeños autónomos) que mensualmente contribuyen con sus cotizaciones e impuestos al sostenimiento de nuestra economía y posibilitan el pago de pensiones y prestaciones públicas, no están perseguidas por una administración públicas que si arremete contra el profesional que al declarar sus impuestos se olvida una coma o contra el pequeño empresario que olvida el punto.
Al igual que ocurre con los taxistas, las librerías de este país están sufriendo en sus carnes los mayores ataques de la historia que afectan a su supervivencia comercial. Nos referimos en primer lugar al pirateo de libros de lectura, que incide en la venta de novelas y libros varios.
Al igual que en el mundo de la música y del cine, la propagación de la bajada de obras está totalmente descontrolada.
Por si no fuera suficiente con este ataque, los libreros se ven ahora afectados por la venta de libros de texto por parte de algunos colegios, en Villaverde por ejemplo, Nuestra Señora del Carmen, Vedruna y unos cuantos más. No hay que olvidar el daño que causan las grandes superficies.
Suponiendo que cuenten con todos los requisitos legales para llevar a cabo la venta de libros y que la finalidad de la misma sea reducir, unos euros en unos casos y unos céntimos en otros, el coste de los libros de texto de sus alumnos, parece evidente que cuando se tomó la decisión de vender libros de texto en los colegios, no se tuvo en cuenta la incidencia que tiene esta decisión en las librerías. No han evaluado ni tenido en cuenta cuando la importancia que tiene la venta de los libros de texto para las librerías, la necesidad de esos ingresos para sobrevivir.
Las librerías no pueden mantenerse con la venta de unos lapiceros y unas gomas de borrar, su futuro próximo es el cierre, al que parecen abocadas con la piratería y la intromisión de los colegios.
Como vecino, me sumo al grito de las librerías de parar la venta de libros en los colegios, que sean éstos los que adopten voluntariamente esta decisión o bien que, de una vez por todas, la administración realice su trabajo y paralice inmediatamente el ataque a un colectivo ya suficientemente castigado.
DVA
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