Uno de los debates habituales en el ámbito de la salud es el precio de los medicamentos, aunque nadie duda de su papel fundamental en la prevención y curación de enfermedades, también es cierto que últimamente, y debido a los elevados precios que se les asignan, algunos de ellos pasan de ser beneficios terapéuticos para convertirse en espejismos terapéuticos, resultado de la contradicción entre una actividad que genera un beneficio social, humanitario y la actual lógica empresarial de maximizar el retorno económico de sus inversores y los beneficios económicos de sus directivos.
Hace años, décadas, hablábamos del acceso a los medicamentos en los países en vías de desarrollo, un eufemismo para denominar a los países pobres. Criticábamos la dificultad para que pudieran acceder al tratamiento antirretroviral ante la pandemia del sida y, sin ser el único motivo, el precio elevado para esas economías era una barrera infranqueable, que solo las donaciones de organizaciones no gubernamentales superaban en algunas zonas.
Ya entonces, algunas voces postulaban que el acceso no dependía solo de las economías de los países sino que dependía también del precio de los medicamentos. El listón ha subido tanto en los últimos años que incluso los países con economías avanzadas han dejado de financiar algunos de los tratamientos aprobados para algunas enfermedades o han retrasado su introducción en el mercado sanitario.
En este artículo no vamos a hablar de los tratamientos para la hepatitis C, ni tampoco de temas referentes a la eficacia y seguridad de los medicamentos, quizás más adelante. Hoy queremos comentar algún ejemplo que nos demuestra que los precios son excesivamente elevados.
No sabemos lo que cuesta fabricar un nuevo medicamento, según Farmaindustria[i] la patronal de la industria farmacéutica innovadora, la investigación y desarrollo de un nuevo medicamento requiere de una inversión de 1.172 millones de euros, 13 años de investigación, o 7 millones de horas, a nosotros nos parece que no tanto. Seguramente la publicación de estos datos, junto con la presión social de las asociaciones de pacientes y de algunos profesionales influye sin duda en la apreciación de los miembros de la Comisión Interministerial de Precios a la hora de asignar el precio de los medicamentos. La opacidad real de los costes favorece los abusos.
Para apoyar nuestra tesis de que los precios están sobredimensionados, hemos elegido un ejemplo, no porque sea un medicamento clave en el arsenal terapéutico, sino porque tenemos un comparador. El ejemplo es el de Cafeína citrato, Peyona ©, comercializado por Chiesi España en envases de 10 ampollas de 20 mg/1 ml, que puede administrarse por vía endovenosa y por vía oral. El precio de venta del laboratorio es de 197,20€. Es una base xántica, estimulante del sistema nervioso central que está indicada para el tratamiento de la apnea primaria de los recién nacidos prematuros. Puesto que los prematuros que presentan apnea, son una población minoritaria, menos de 5 pacientes por 10.000, y puesto que la apnea del neonato puede ser una enfermedad debilitante o potencialmente mortal, este fármaco se ha comercializado como medicamento huérfano, ya que la apnea del recién nacido se ha clasificado como enfermedad minoritaria.
Pero, ¿qué pasaba hasta su registro y comercialización en las unidades de neonatología de los hospitales españoles? Los niños no se dejaban de tratar. Se solicitaba como fórmula magistral a distintas oficinas de farmacia, autorizadas por la administración sanitaria para realizar este tipo de preparaciones y, ¿cuál era el precio? pues el de las ampollas de 10 mg/1 ml es de 1,00€, y el de la solución oral, con 20 mg/ml, en envases de 30 ml es de 4,19€ y ¿cuál es el precio de la ampolla de la especialidad farmacéutica? pues 19,72€, utilizada tanto para la vía oral como parenteral. En el caso de la comparación con el inyectable de la especialidad farmacéutica, éste tiene el doble de dosis y el precio pasa de 1 € a 19,7 €. En el caso del jarabe la dosis de 1 ml pasa de 0,14 € a 19,7€. Sin comentarios.
No sabemos si hay un pacto escrito o no, de que la comercialización de los medicamentos se deje en manos de laboratorios farmacéuticos, privados, y de que la administración pública tan solo intervenga en la autorización para utilizarlo en determinadas indicaciones y en la asignación de precios. Y con estos ejemplos, queda claro que el sistema se debe revisar.
Otro tema, aunque polémico, es el de que las oficinas de farmacia no puedan preparar fórmulas magistrales de medicamentos comercializados. Evidentemente, la picaresca que en su día se daba en algunas oficinas de farmacia y en algunos médicos prescriptores, manipulando las especialidades farmacéuticas comercializadas para obtener beneficios económicos ha dejado paso a la picaresca de algunos laboratorios farmacéuticos para mejorar sus beneficios económicos, gracias a la falta de transparencia y a una legislación totalmente proteccionista.
Los precios actuales pueden dejar fuera de los beneficios terapéuticos a amplio sectores de la población, de manera temporal o definitiva, o pueden hacer que se recorten servicios sociales para pagar los medicamentos. La situación no ha hecho más que empezar
[i] Farmaindustria. http://www.farmaindustria.es/web/el-valor-del-medicamento/ (consultado el 1 de julio de 2015)
Fuente: http://www.nogracias.eu
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