Dos meses después del accidente de Fukushima la situación sigue sin control, no han conseguido estabilizar los reactores accidentados. La radiactividad de la central ha contaminado casi 3.000 kilómetros cuadrados de tierra y una zona desconocida pero muy amplia del mar.
En contra de lo que muchos expertos declararon, el control de los reactores accidentados de Fukushima-Daiichi no fue cosa de días ni siquiera de semanas, sino que se programa casi un año para ello. Dos meses después del maremoto, tsunami, se sigue tratando de enfriar los reactores en unos de los países del mundo más industrializado y tecnológicamente avanzado. En estos días se ha conseguido entrar en un reactor e instalar un sistema de extracción de aire que filtre las partículas radiactivas. Las dosis son altísimas y el trabajo es muy comprometido. El reactor número 1 tiene el 70 por ciento del núcleo fundido, el número 2, el 30 por ciento, y 3, el 25 por ciento.
La radiactividad esparcida desde la central es muy alta, aproximadamente la quinta parte de la que se escapó en Chernóbil. Por ello, no ha sido suficientemente eficaz la evacuación de miles de personas y las autoridades japonesas han decidido subir las dosis permitidas en sus normas. Con esta decisión, una persona puede recibir legalmente dosis veinte veces por encima de lo establecido en la legislación europea para la población en general y la misma que las plantillas trabajadoras de la industria nuclear europea. Aún así ha sido necesario remover grandes cantidades de tierra en espacios abiertos para disminuir el nivel de radiactividad y en algunos parques infantiles se ha aportado un metro más de tierra. La realización de los trabajos necesarios para controlar el reactor también ha obligado a subir las dosis permitidas para las personas que operan en su interior muy por encima de las normas anteriores. Los efectos de estas altas dosis sobre las personas se dejarán notar durante más de una década.
Todo este conjunto de hechos ha provocado una reacción consciente de la población japonesa contra de la energía nuclear, como revelan las encuestas que muestran que sólo el 39 por ciento está a favor de este tipo de energía. Este porcentaje ha caído 20 puntos desde el accidente de Fukushima.
La manifestación del domingo 8 de mayo en Madrid exige a las administraciones públicas que tomen nota de lo ocurrido en Chernóbil y Fukushima y procedan a establecer el calendario de cierre escalonado de las nucleares españolas.
El movimiento antinuclear español señala que la energía nuclear es incompatible con un modelo energético ambientalmente sostenible. No es económicamente eficiente y no es socialmente justa. Ni segura, ni limpia, ni barata.
De hecho, la energía nuclear ha demostrado ser un fracaso económico, tecnológico, medioambiental y social, causando graves problemas a la salud pública y al medio ambiente. La energía nuclear genera residuos radiactivos imposibles de eliminar y mantiene una especial contribución a la proliferación de las armas atómicas.
Además del urgente calendario de cierre de las centrales nucleares, comenzando por Garoña, es necesario retirar el actual proceso de selección del emplazamiento del ATC, Almacén Temporal Centralizado, y abrir un verdadero proceso democrático de participación pública.
El accidente de Fukushima, pese a la presión mediática del “lobby” nuclear, que intentó ocultarlo desde el primer momento, está afectando a decenas de miles de personas. Los territorios evacuados permanecerán vacíos durante muchos años. Los costes, ya superiores a los de Chernóbil, no serán asumidos por la empresa eléctrica explotadora y recaerán sobre el erario público.
Es el momento de abandonar la energía nuclear. Es exclusivamente una cuestión de voluntad política pues no hay ningún problema técnico, energético o económico que lo impida. Es lo más deseable desde el punto de vista de la seguridad y de la protección del medio ambiente y la salud.
Fuente: Greenpeace
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