Aquel objeto metálico, de vistosos colores y con billetes de euros dibujados en él, por fin se había llenado. Era el momento de coger el abrelatas y abrir la hucha.
María recordaba cómo había cambiado el objetivo de aquella peculiar forma de ahorro. Apenas un año antes, por similares fechas ella iba sisando pequeñas cantidades de monedas de su monedero. Solían ser estas de cinco o diez céntimos de euros, a veces de 20 y, en raras ocasiones de 50. Ni qué decir tiene que tan sólo en pocas ocasiones podía escaquear un euro del presupuesto diario…
La mujer destinaba ese dinero, sobrante de las compras diarias en tiendas y mercado, para engordar la hucha con vistas a las vacaciones veraniegas. Solía reunir alrededor de 200 euros, moneda a moneda, día a día, poquito a poco. Ese dinero les venía muy bien, al no contar a priori con él, para permitirse esos caprichos estivales: tomar helados después de cenar o una cervecita en el chiringuito de la playa y, por qué no, renovar la ropa de baño.
Ahora, a un año vista, la motivación del ahorro había dado un giro de 160º. María pensaba en ello mientras, lentamente, el diente del abrelatas iba haciendo mella en la tapa de la hucha de lata para permitir la salida de las monedas. En esa ocasión la recaudación – muy por debajo de aquella obtenida en años anteriores, al estar compuesta por monedas de 1, 2 y céntimos, en su mayoría – iba a ser destinada a las compras navideñas… pero no a regalos. El importe íntegro iría a parar a los comerciantes del mercado y del super del barrio para adquirir los productos a ingerir en la cena de Nochebuena, etc.
¿Por qué este cambio? Pues porque en doce meses la economía familiar de María, al igual que la de su país y la de gran parte del mundo, se había deteriorado gravemente. ¿La causa? Porque las personas que tienen el poder de cambiar las cosas, al parecer, no han debido de leer el “Cuento de Navidad” de Dickens…
Diciembre de 2011
Rosa María Castrillo Rodríguez