María Baeza, la hermana menor de Josefina ,fue fusilada junto a otros siete vecinos de Izagre, una tarde de abril de 1939.
Su delito, el de todos, fue no plegarse, no someterse, pensar con libertad. Y sin embargo, María era calladita, más bien tímida. Había que sacarla a bailar casi a la fuerza, en las fiestas de San Antón, porque ella prefería sentarse en las escaleras del ayuntamiento y ver el baile desde la barrera . Se moría de vergüenza y se tapaba la boca con una mano, mientras Genaro, el mozo más atrevido, la tomaba la otra y luego el brazo y por fin la enlazaba por la cintura y la hacía dar vueltas como una peonza, mientras su vestido azul de flores diminutas se convertía en una noria con rayas y sombras rojas y verdes. Entonces ella se dejaba llevar y echaba la melena hacia atrás y giraba como si una fuerza oculta la poseyera.
El día de su santo, el 8 de diciembre, fiesta de María Inmaculada, Genaro le regaló unos pendientes preciosos de hechura cordobesa . Eran de oro puro con forma de flor de ocho pétalos de cristal, engarzados cuidadosamente.
Ni qué decir tiene que María no quiso aceptarlos por varios motivos. Primero, sabía que Genaro era más pobre que un cajón vacío y además no estaba bien visto que ella recibiera un presente de ese valor, cuando aún no eran nada, y él ni siquiera había hablado a solas con ella.
- Toma María, esto es tuyo- le dijo escuetamente, tendiéndole las dos pequeñas joyas en el cuenco de su mano derecha.
- ¿Qué dices, Genaro? No puedo aceptarlos. Ni hablar- susurró sorprendida.
- Cógelos María, por favor, eran de mi madre y yo no tengo hermanas. Quiero que los guardes tú y que te los pongas cuando bailes conmigo- le rogó Genaro.
- Que no hombre, que no, que no puedo.
- Pues claro que puedes. Guárdalos al menos, aunque no te los pongas.
Su hermana mayor Josefina, la advertía:
- Ten cuidado, María, no lleves esos pendientes que te pueden traer problemas.
A los dos días Genaro se echó al monte y desapareció. A María le llegaban escasos rumores de que andaba escondido por las Médulas, resistiendo con el grupo de El Rubio y otros compañeros.
Fue entonces cuando se prendió los pendientes y nunca más se los quitó ni para dormir.
Una vez tuvo un pequeño desgarro en el lóbulo de su oreja izquierda , al enredarse en unas varas de lúpulo que colgaban inclinadas y muy juntas unas de otras. Guardó el pendiente en un pañuelo blanco de batista y lo metió cuidadosamente en el costurero, hasta que sanase su herida.
Un mes mas tarde la Locura y el Odio , vestidos de caqui y verde oliva, la llevaron a las afueras de Izagre y allí mismo, sin testigos, la mataron sin molestarse siquiera en una explicación . Sonó un himno en alguna garganta y un grito ahogado de rebeldía en otras.
Ella sólo pensó en Genaro y en Josefina sin comprender del todo la muerte que acechaba traicionera.
Oyó un disparo y otro y otro, pero no podía ver, ni taparse la boca con las manos, porque se las habían atado una con otra . Después ya no oyó nada . Sólo sintió una terrible quemazón que le rasgaba el pecho.
-¡Genaro!- dijo, y cayó liviana entre los demás cadáveres.
Su hermana Josefina pasó toda la vida recordando su imagen. Todos los días, antes de dormirse, besaba la única foto que tenían juntas, como si fuera una estampa de la Virgen de la Peña, patrona de Izagre. Preguntó a D. Ramiro, el médico, a Julián el zapatero, al cura Don Ramón, pero nadie sabía nada, aunque todos conocían los hechos . Después el Miedo visitó el pueblo y selló las bocas con un silencio espeso y cómplice.
Josefina Baeza siempre buscó a su hermana, a pesar de que sabía de sobra que nunca más volvería a verla. Han pasado setenta años y Josefina estuvo en la exhumación de la fosa donde arrojaron los cuerpos fusilados. Ella no entiendía de genes, ni ADNs, pero cuando removieron los huesos gritó como una loca:
- Mira, mira, mi hermana. Ahí está María- y señalaba un puntito de luz que brillaba en el fondo.
Era un simple pendiente de factura cordobesa, de oro puro y con forma de flor de ocho pétalos de cristal engarzados cuidadosamente.
- Yo tengo el otro- dijo y extendió los dedos arrugados, mostrando una sortija idéntica que se había mandado hacer con la joya de María.
- Nunca me lo he quitado de la mano, por no perderla de nuevo – explicó Josefa- Ahora se cerrara mi herida.
Pilar Lucía. Abril 2012