María, como cada sábado, se había acercado hasta el mercado de Villaverde Alto para comprar los alimentos que posteriormente utilizaría a lo largo de la semana. Entró, cruzó el pasillo y se dirigió a los puestos en los que habitualmente compraba carne y embutido. En esta última tienda había adquirido algunas fiambres mientras esperaba que le tocase el turno en la carnecería. Había observado la poca cantidad y variedad de productos que había en el establecimiento pero lo achacó al inicio de las vacaciones, al estar ya en agosto. Compró un poco de jamón serrano, salchichón, queso pero no pudo comprar ni chorizo “del de siempre” ni tampoco pechuga de pavo pues no había. La ausencia de este último embutido la contrarió bastante habida cuenta que solía darle a su mascota una lonchita cuando se portaba bien, lo cual no era muy a menudo…
¡Por fin!, justamente al terminar de comprar en un sitio le tocaba en el otro. ¡Menos mal que ambos puestos estaban muy cerca! El carnicero continuaba con la conversación que había iniciado con la anterior clienta, mientras ésta pagaba, por lo que María pudo incorporarse en la misma. Julián, el carnicero, decía que su hermano y él – ambos propietarios del comercio – se habían alternado en las vacaciones a fin de no cerrar en agosto. ¡Los gastos eran enormes! Tenían que pagar el alquiler del local, el guarda de seguridad y los gastos propios del negocio: agua, luz, etc. Y por si esto no era bastante… ¡Les freían a impuestos! Y ahora, encima… “parió la abuela” pues el gobierno decidió subir el IVA (menos dinero para gastar)… Ellos iban “tirando” pero cada vez era más dificultoso el poder mantener el puesto abierto en el mercado. Sin ir más lejos, contó en voz baja a María que el “del embutido” iba a cerrar.
-¿No te ha dicho nada?
-No. He imaginado que se iba de vacaciones y de ahí que tuviese tan poco género.
-¡Quía, qué va!, ¡ojalá y así fuese! La cosa se esta poniendo muy mal.
-Sí, para todo el mundo.
-¡No para todos! Las grandes superficies salen ganando. Además ellos sí pueden abrir todos los días del año, no como nosotros. Si lo hiciésemos, ¿Cuándo descansaríamos?, ¿Cuándo estaríamos con la familia?
-Llevas toda la razón. Yo no entiendo esa postura y más aún si la adopta un partido que dice velar por la familia
-Sí, ¡por la suya que no por la nuestra, la del pueblo llano!
-Quieres decir la de los que siempre, aunque no tengamos la culpa, pagamos el pato…
-Veo que me has entendido a la perfección.
-¡Anda, claro! Lo malo es que… nos va a dar lo mismo.
-Sí, tan sólo nos queda el repateo.
-Y la pena. De verdad que a mí me da mucha lástima ver como uno a uno se van cerrando los puestos del mercado. Cada día os va a resultar más difícil mantener el costo a paga entre los pocos que os mantenéis abiertos. ¡Con lo que me gusta a mí venir a comprar al mercado!
-¡Hombre, es que no es lo mismo! Aquí el trato es más humano y además vendemos productos de muy buena calidad y sabemos de dónde lo traemos.
-Eso es cierto. A mí no me gusta comprar esos filetes, pescado o embutido que te vienen en una bandeja que vaya usted a saber… Y además, ya sabes que, en el caso de la carne, en mi casa tenemos gustos dispares: a unos los filetes delgados y para empanar, otros más gruesos y a la plancha. Tú, al cortarlos los puedes hacer con un mayor o menor grosor y, asimismo, me indicas que pieza de carne es mejor para cocinar de una u otra forma. Por supuesto eso no es posible si los adquiere uno ya cortados en una bandeja. Y no digo que este mal pues en un momento dado, si se te presentan invitados inesperadamente, esos productos envasados al vacío te pueden sacar de un apuro…
-Ahí tienes razón. Pero los compradores no deberían ver sólo eso. Los que tenemos puestos en el mercado, ganemos más o ganemos menos, dejamos el dinero que generamos en este país, ¿se puede decir lo mismo de ellos…?
-¡Vaya, pues nunca había pensado en ello!
-Ni tú, ni mucha gente. Piensan que ahorran un céntimo y puede que a la corta sí, pero a la larga esos céntimos de diferencia se transforman en muchos euros que dejan de revertir en el país y, por lo tanto, en el beneficio de todos los que en él vivimos.
-¡Pues qué razón llevas!
-Espero que algún día los de “a pié” se den cuenta de lo que están haciendo. Bueno, ¿quieres algo más?
-No, nada más. ¡Da gusto contigo! De antemano sabes lo que voy a comprar y ni siquiera tengo que pedírtelo.
-Sí, es otra ventaja más del trato directo entre cliente y comerciante.
-¡Y por muchos años!
-¡Dios te oiga!
-Espero que lo haga, porque el mercado, además, es también un lugar de encuentro donde socializarse. Normalmente aquí, mientras aguardamos nuestro turno de compra, hablamos – tanto clientes como vendedores – de las cosas cotidianas: de política, fútbol, de la sanidad… e incluso de los cónyuges o las suegras, ja,ja,ja. La mayoría de nosotros nos conocemos desde hace años y cuando coincidimos nos preguntamos por la familia y todas esas cosas. También vosotros, los tenderos, formáis parte de esa conversación. Desde luego nada que ver con la frialdad de esas grandes superficies donde las personas se limitan a introducir paquetes en el carro e ir a pagar a la caja. E incluso en los que tienen carnicería y pescadería tampoco es lo mismo pues esos puestos son atendidos por personal asalariado que, las mayorías de las veces, cambian cada dos por tres, limitándose a despachar.
-¡Así es!, cuanta razón tienes.
-Bueno, ¿qué te debo?
María pagó la cuenta y se despidió del carnicero. Después, y antes de bajar la escalera, la mujer no pudo dejar de echar un último vistazo a aquel puesto del mercado en el que tantas veces había comprado y del que, en breve, colgaría el siguiente cartel: “Se traspasa”; ahora bien, con la precaria situación económica que se estaba viviendo en Villaverde… ¡A ver quién era el guapo que se quedaba con él para montar un negocio…!
Rosa María Castrillo Rodríguez