Trata de mujeres (Novicias)
Juan Gérvas — Madrid 16 feb, 2014 – 10:00 am
Lo que puede aparentar una fabulación es una
realidad recogida, incluso, en alguna publicación como ‘caso clínico’;
el comentarista lo trae a colación como muestra fehaciente de cuál es la
realidad y cuál la auténtica preocupación del Ministerio de Justicia.
Historia de una vida
Primera infancia
“Nací en Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, en África. No sé
nada de política, ni quiero saber. Soy la menor de doce hermanos. Mi
padre murió de paludismo y mi madre nos abandonó a poco de nacer yo. Se
fue con un cazador, dicen que era muy guapa, no tengo ninguna fotografía
de ella. Nosotros nos criamos con la abuela y en la calle. Mi primer
recuerdo es de un juguete de plástico que encontré en la basura, una
muñeca con el cabello rubio que no tenía brazos. Mi abuela lo limpió y
todavía lo conservo aquí, con mi pasaporte. Me pasaba el día con mis
hermanos, siempre en busca de comida y siempre con hambre. En cuanto
aprendí, me dediqué a la rebusca para encontrar algo que cambiar por
dinero. Mis hermanos fueron desapareciendo sin que nadie los echara de
menos y cuando me vine a España sólo pude encontrar al mayor para
despedirme.
Yo tuve suerte porque me acogieron en una casa cuando tenía unos seis
años, para cuidar de la hija de la señora, recién nacida. Me enseñaron a
lavarme y a cuidarme y empecé a comer todos los días. Veía de vez en
cuando a mi abuela, la única persona que me ha querido en el mundo. A
veces me encontraba en la calle con mis hermanos, que se burlaban de mí
por ir “limpia y acicalada”. Atendía al bebé el día entero. Era un
trabajo. pero para mí fue un entretenimiento, como tener un muñeco de
verdad. Fueron los años más bonitos de mi vida. La señora no me cuidaba
especialmente, pero era buena. El señor fue bueno hasta que empecé a
crecer y me buscaba para “hacer cositas”.
Cuidando al bebé me sentía madre y alguna vez intenté darle de mamar,
sin éxito, claro. Después el bebé se hizo niño y aprendió a andar y
entonces lo llevaba de la mano, aunque lo que más le gustaba era subirse
encima, así que lo seguí llevando en brazos durante años.
Infancia y adolescencia
Cuando el niño cumplió los seis años me echaron: “Ya no te
necesitamos. Vuelve con tu abuela”. Volví con mi abuela que murió
pronto, pero ya estaba viciada con las “cositas” y lo que me gustaba era
estar con los chicos. Al final terminé embarazada y me acogieron unas
monjas (dos españolas y una francesa). Dí a luz y se murió mi hijo. Me
quedé en la casa con las monjas, para ayudar en todo. Ellas eran blancas
y yo negra, y Jesús era blanco y el demonio negro. No era raro que
ellas fueran vírgenes y yo puta (había aprendido que le gustaba mucho a
los hombres y que sabía hacer “cositas” como ninguna de forma que
estaban dispuestos a pagarme, no me faltó ya dinero nunca). Mientras
estuviera todo limpio y en orden en la casa no tenía ningún problema ni
nadie me preguntaba de dónde sacaba dinero para vestirme, y a veces para
dárselo a los pobres.
Un día una niña de la calle me pidió para comer y le compré en el
mercado un plátano frito. Yo ya había aprendido a leer y pude comprender
lo que ponía en el papel que me enseñó: “Me vendo barata”. Le pregunté
que quien la vendía y ella me dijo que no sabía, que eso se lo había
dado una tía. Fuimos juntas a verla y llegamos a un trato. Le llevé el
dinero que tenía y la deuda la fui pagando a lo largo del año. Isabel se
llamaba la niña. Me dijo su tía que tenía cuatro años, pero debía haber
comido poco y crecido menos de forma que parecía tener dos. A las
monjas no les gustó mucho, excepto cuando me vieron cuidarla. Se
quedaron maravilladas y empezaron a mirarme con otros ojos. Poco a poco
me fueron introduciendo en sus ritos y ratos de oración, y a mí me
gustó. Terminé de pagar lo de Isabel, me dediqué a cuidarla y dejé de ir
con hombres. Me quedaba en la casa, no sólo para las labores
domésticas, también para los rezos. Ya casi no salía. Me di cuenta de
que las monjas no eran tan vírgenes como parecían y que el sexo a veces
les rebosaba entre las piernas y los pechos de forma que sus manos
consolaban las necesidades propias y ajenas, por no hablar del “curilla”
que las atendía en todo. Les ayudaba también en sus labores
caritativas, comprometidas con los pobres y marginados. Fueron buenas
conmigo y siguen a cargo de Isabel.
Juventud
Un día vino la superiora de España. Le asombró verme tan integrada en
la comunidad y le contaron de mí y de mi comportamiento con Isabel. La
superiora me preguntó si estaba preparada para ser novicia y dedicarme a
Jesús en España, en un convento de clausura. Me habló de un patio lleno
de flores y de naranjos, del trabajo en la huerta, del silencio, de los
dulces y pasteles que vendían aquellas monjas. Yo no tenía papeles,
pero aquello me parecía un sueño. Las monjas arreglaron todo y por
primera vez en mi vida tuve una identidad formal “Antonia Ehapo”, de 18
años de edad. El viaje fue en avión, y en el aeropuerto de Barajas
(Madrid, España) me estaba esperando un señor muy serio que me llevó en
coche a un pueblo, a un convento muy antiguo. En el viaje habló y habló
sin parar. Su trabajo era ir a buscar “novicias” al aeropuerto y
llevarlas a los conventos. También hacía viajes para cambiar a las
novicias de convento, “para que no cojan cariño”. Venían sobre todo de
América, pero a él le gustaban las negras, “más preparadas para servir,
más dóciles”. No dije una palabra, me llegó a preguntar que si era muda.
En el convento sólo había cuatro monjas, dos que se decían “jóvenes”
(calculo que más de 70 años) y otras dos “mayores”, como decían,
demenciadas y muy, muy viejas. Me dieron un hábito y lo arreglaron para
ajustarlo a mi talla (soy mucho más alta que ellas). Me convertí en “la
novicia”, lo que en la práctica significaba que además de los rezos me
ocupa de todo y era su esclava. Mis ocupaciones eran continuas, de día y
de noche: fregar, barrer, cocinar, limpiar, atender a las “mayores”
(limpiarles el culo, bañarlas, hidratarlas, alimentarlas, entretenerlas
en lo que podía y demás) y cualquier otra cosa, como el trabajo duro en
el horno de pasteles. Pasaron los días y los meses, pregunté por los
permisos para estar en España y si tenía seguro de enfermedad: “Todo
está arreglado, no te preocupes”. Ya harta, un día simulé un ataque de
apendicitis (uno de mis hermanos lo tuvo) y llamaron al médico del
pueblo. Apuesto mozo y buena persona, me trató con delicadeza y me
enloqueció cuando me palpó la tripa (“el abdomen” dijo él), se me puso
el corazón a cien y segregué jugos torrencialmente. Se quedó con la duda
y me mandó al hospital. Allí, para la monja “joven” que me acompañaba
todo fue decir que estaba recién llegada y con los papeles en trámite.
No hubo que ingresarme, todos los análisis fueron normales, como la
ecografía. Volví al convento, y a la semana vino el señor serio con el
coche y sin darme tiempo a recoger nada (nada tenía, eso era verdad) me
llevó a otro convento en otro pueblo, lejos, tardamos casi seis horas.
Volvió a hablar sin parar y me contó que no daba abasto a recoger
“novicias” en el aeropuerto y a cambiarlas de convento. Deduje que
aquello era “trata de novicias”. Efectivamente, en el nuevo convento la
situación fue similar al anterior, y volví a trabajar como una esclava.
Al poco conquisté al panadero que venía a recoger los pasteles, que
enloqueció con el olor de mi sexo y mis “artes amatorias” (eso decía).
Me sacó del pueblo y me llevó a la ciudad donde me puso un piso
(pequeño, pues era rico pero no generoso). No sé el nombre del primer
convento, pero sí el del segundo. Estoy preparando una denuncia y este
es el texto en su primera versión.”
Trata de mujeres
“La trata de personas, en inglés “trafficking” , se define en la
Convención de Palermo como el reclutamiento transporte, traslado y
recepción de personas, utilizando como medios, la fuerza u otras formas
de coacción, el rapto, el fraude y el engaño o el abuso de poder en una
situación de vulnerabilidad, así como la concesión o la recepción de
pagos o beneficios para conseguir el consentimiento de una persona que
tenga control sobre otra, con fines de explotación. La explotación
incluye prostitución u otras formas de abuso sexual, el trabajo o los
servicios forzados, la esclavitud o prácticas similares a ella, la
servidumbre o la extracción de órganos”
http://digital.csic.es/bitstream/10261/48207/1/Poblaciones-Mercancia.pdf
La trata de personas es un “negocio” mundial que produce unos
beneficios de tres mil millones de dólares al año. Dos tercios del total
es trata de mujeres. En algunos lugares es casi exclusivamente de
niños, como en los países muy pobres de África y del Gran Mekong (Asia)
http://www.unodc.org/toc/es/crimes/human-trafficking.html
En muchos casos se busca la explotación sexual, pero hay otros
trabajos esclavos como en el sector textil (talleres clandestinos, por
ejemplo), en agricultura, en el servicio doméstico y otros menos
conocidos y evidentes, como matrimonios con nacionales que son de hecho
formas refinadas de explotación sexual. Cuando la trata no depende de
redes y grupos criminales organizados se vuelve casi “invisible” y más
si las víctimas no cuentan con un “capital social” que les pueda prestar
ayuda, pues su aislamiento puede llegar a ser una forma de violencia
extrema que las anule.
Buen ejemplo es el relatado, de la trata de novicias. No es una
“invención”, más allá de las licencias narrativas. Se puede leer un
auténtico “caso clínico” relatado por @reversomedico en
https://docs.google.com/document/d/1S9sxAjCnr_YNTVq61RVCv6Dwrir9P5kLtCrLpzibvdI/edit
España está fuera de plazos en lo que se refiere a la implantación de
la legislación de la Unión Europea sobre trata de personas.
http://www.eldiario.es/sociedad/Espana-incumple-europeo-legislar-trata_0_208579552.html
Como bien ha señalado Hetaria, colectivo de apoyo a las prostitutas,
la trata de personas es cuestión no prioritaria para el Ministerio de
Justicia, “concentrado” en asuntos más “relevantes” como las
restricciones al aborto voluntario y a la justicia universal. En la
reforma de dicha justicia, por cierto, se va más allá de lo que hizo el
PSOE con sus amigos de Israel y Estados Unidos y el PP “cuida” a los
suyos de China, pero también a los pederastas, los traficantes de droga,
los piratas, las bandas de trata de personas y otros
http://politica.elpais.com/politica/2014/01/27/actualidad/1390852490_638697.html
¡Pobres novicias de clausura, a veces esclavas de monjas en lugar de esposas de Dios!
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