Está claro que algo está pasando y que nos enfrentamos a algo nuevo si en una democracia la gente sale a la calle pidiendo democracia. He asistido a la manifestación de “Democracia Real, Ya” junto a miles de personas y me he enterado que en otras ciudades españolas también ha sido un éxito. Ya es un éxito que una convocatoria que no tiene nada que ver con partidos políticos, sindicatos ni asociaciones tradicionales, haya conseguido tanto apoyo y, al menos, hacerse oír.
La democracia representativa tal como la conocemos ha alcanzado su límite y tiene que cambiar. Es una institución que sirvió para el siglo XX, pero no está claro que sirva en el siglo XXI, el siglo en el que las fronteras ya no existen ni para la economía, ni para la política, ni para el delito, y únicamente parecen servir para evitar que los millones de pobres que habitan en la parte peor del mundo se nos echen encima exigiendo su parte. Las fronteras no existen pero sin embargo seguimos eligiendo representantes locales, nacionales, que no parece que tengan nada que decir frente a los verdaderos poderes mundiales.
Lo más sangrante de esta situación es que mientras que la ideología triunfante es el neoliberalismo, la ciudadanía europea no es mayoritariamente de derechas; de ahí la sensación de que las instituciones actuales no representan la verdadera voluntad de la gente común. Que la derecha gane las elecciones o que la ultraderecha suba en votos no se debe exactamente a que la gente se haya vuelto neoliberal, se debe a que no hay opción. Las políticas neoliberales se imponen digan lo que digan los votos. La ciudadanía, si se le preguntara, si pudiera elegir, preferiría políticas sociales a políticas neoliberales.
Esto no es EE.UU. Aquí todo el mundo conoce las bondades de una buena sanidad pública, de una buena educación pública, de unas pensiones justas y públicas, de prestaciones sociales, de un parque público de viviendas que impida que la vivienda sea un derecho que se ha convertido en inaccesible para la mayoría de la población. Aquí, la mayoría de la gente, si tuviera la posibilidad de votar por todo esto, lo haría. El problema es que en cierta manera hemos sido despojados de la posibilidad de defender en las urnas esos derechos.
La prueba de que nadie quiere este retroceso social, de que es profundamente antidemocrático, es que ningún partido lo asume o lo defiende. La derecha, el PP, no dice que va a liquidar el estado del bienestar, como es su pretensión y como está en su ADN ideológico. Si lo dijera no le votarían. Al contrario, sostiene que lo van a mantener, que lo van a hacer más eficiente, que lo van a ampliar. El PSOE niega que haya hecho recortes y agita el miedo a la derecha, con la que todo irá peor y con la que los recortes serán mucho mayores; lo cual es cierto. Incluso la extrema derecha que crece en votos en Europa no lo hace a costa de defender una ideología ultraliberal, sino que su discurso utiliza, precisamente, el miedo a la pérdida de bienestar y lo hace en contra de los inmigrantes. La extrema derecha no dice: “vamos a quitaros lo conseguido”, sino que dice: “los inmigrantes tienen la culpa de que pierdas lo que habíamos conseguido”.
La ciudadanía sabe o intuye que los que gobiernan no se sientan en ningún parlamento. Que aquí gobierna un sistema de acumulación de dinero cuyo fin es convertir el mundo en un enorme mercado sin interferencias de la política democrática. La ciudadanía sabe o intuye que ya no elegimos nada o muy poco. De ahí que cuando se supone que estamos en democracia esté teniendo éxito un manifiesto y una convocatoria que sólo pide democracia y que afirma que somos ciudadanos y ciudadanas y no productos del mercado. No sé qué solución tiene esto, pero hay que cambiar y mejorar el sistema de representación, hay que adaptarlo al mundo globalizado de la manera que sea; tiene que existir la posibilidad de elegir a quienes de verdad nos gobiernan y tiene que ser posible que quienes han sido elegidos para gobernarnos representen de verdad la voluntad de los votantes. La solución no es no votar, eso sólo beneficia a la derecha. No ganamos nada no votando, pero es cierto que el sistema tiene que cambiar de alguna manera. Ojala que alguien recoja el clamor por el cambio en el sistema democrático porque recordemos siempre que el fascismo crece donde la política fracasa y se muestra impotente.
Deja una respuesta