El 15M de Hördur Torfason
“¿Qué les vas a decir a tus hijos cuando te pregunten? ¿Que estabas viendo la tele?
Pancarta al lado de la estatua de Carlos III. Puerta del Sol de Madrid.
Hördur Torfason ha venido a España, y después de conversar con las muchas gentes que han estado en el 15 M ha exclamado: ¡qué organizados están ustedes! El cabecilla de la “revolución islandesa” vive en un país con 330.000 habitantes. Así como algunos hablan en verso sin saberlo, los islandeses están organizados para no perderse por la isla si lo que quieren es encontrarse. Aquí hizo falta reinventarse la Puerta del Sol como Parlamento popular. Cuando estás rodeado de agua por todas partes, es más sencillo.
En octubre de 2008, cuando Torfason entendió que su gobierno le estaba tomando el pelo (no en vano, escuchó, aunque no entendió, al Primer Ministro hablar de ajustarse el cinturón en una peluquería), lo primero que se le ocurrió fue ponerse en contacto con sus vecinos. Al menos con 300.000 de ellos. En las calles, en los pueblos, haciendo teatro o tocando la guitarra. Había que hablar y escuchar a la gente. La “gran conversación” que son, como decía Jesús Ibáñez, las revoluciones, empezaba a circular de boca en boca. Quienes violentan, monologan. Quienes respetan, dialogan. Y hablando se revoluciona la gente. En 2008, Islandia, el país que apenas un año antes lideraba mundialmente el Índice de Desarrollo Humano, veía a sus tres principales bancos, Kaupthing, Landsbanki y Glitnir, quebrar. Mientras, sus gerentes y dueños vivían fuera del país disfrutando del dinero adeudado. Y quienes tenían que devolverlo –con intereses- eran los islandeses de a pie. Sólo faltaba dar forma a la indignación. Hördur Torfason se plantó delante del poder político y el país lo entendió.
Formado en las maneras tradicionales (nació en 1945), decidió protestar delante del Parlamento. Pacíficamente, con una sartén vieja y una cuchara de madera para hacer ruido. Se le unían esporádicamente algunos amigos. Pero si tenía que estar solo (como un “imprescindible”), no había problema, que ya decía Bertolt Brecht que es común en el común luchar un día y pasarse el resto de la vida recordándolo. Un día que seguro llovía, algún ministro le dijo a un policía que estaba fuera de la cámara que ese señor que estaba musicando con ruido no podía estar ahí. Cuando le trasladaron la invitación a marcharse, sólo labraron que más gente también se enfadara. Siempre te construyen tus enemigos. Cuando te meten el dedo en el ojo porque sí, las razones se te crecen. Insistía en querer hablar con los responsables políticos. ¿Cómo que no puedo hablar con mi Ministro? ¿No es mío también? ¿No les pagamos nosotros? Como los Ministros no le recibían, puso velas en el suelo. Una por cada Ministro. Y le hablaba a las velas. Vivimos en un mundo saturado audiovisualmente, y los buenos gestos se cuelan por los ojos hacia el corazón.
Los movimientos sociales tienen tres elementos para gozar de éxito: liderazgo, propuestas y estructura. El cabecilla Hördur era, además de extrovertido -gracias a su condición de actor y cantante-, cabezón – esto es, perseverante. Fue una de las primeras personas de fama que asumieron públicamente su homosexualidad en Islandia. Sufrió el calvario de pasar de tener fama y dinero a ser estigmatizado, perder a sus seguidores y, finalmente, convertirse en un exiliado. Las convicciones suelen cobrar precios altos. Pero nunca le quebraron su voluntad. Lo que no te mata te hace más fuerte. Regresó pasado un tiempo a su país. Lleno de consciencia. Y al igual que no se calló con su opción sexual, no lo hizo cuando el gobierno deportó a un asilado político de Ghana. Ahí aprendió a plantarse delante de las puertas del Gobierno a protestar. Ya había decidido quitarse todas las mordazas.
Con estas virtudes personales, el asunto del liderazgo de la revolución islandesa estaba solventado. La estructura tampoco era complicada. Si se aprietan, caben todos los islandeses en una plaza y sus aledaños. Además, los jóvenes le contaron a Hördur que estaba Internet. Y que eso era como una plaza pública inmediata. Una plaza pública que solventaba además el hecho de que el grueso de los medios de comunicación está al servicio de algún poder. Vaya, que mienten. ¡Y dos tercios de los islandeses están en Facebook! Solucionado. Ahora era importante encontrar propuestas.
Tres se significaron como urgentes: dimisión del Gobierno, dimisión de la cúpula de la Autoridad de Supervisión Financiera y dimisión de la Junta Directiva del Banco Nacional. La más difícil fue la tercera. Los directivos de los bancos centrales se aferran como lapas al sillón. Antes, siempre han sido directores de otros bancos, y la recurrencia hace que vean el cargo como un órgano vital. ¿Y quién va a estar de acuerdo con que le extirpen, pongamos el corazón? Pero como la conversación que habían puesto los islandeses en marcha era muy fluida, lograron todos los objetivos, y hasta el Presidente del Banco Central tuvo que, finalmente, entregar su cargo. Vinieron nuevos, pero parece que el movimiento había leído al Roto cuando decía: si tiráis las estatuas, no olvidéis tirar también las peanas para que no se suban otros. Llegaron nuevos cargos pero la supervisión popular no cesó.
La cosa, en cualquier caso, no quedaba ahí. ¿Quién era el responsable de la crisis? Ahí la cosa se complicaba. Quién demonios entiende el galimatías jurídico. Contrataron a una periodista experta en corrupción para que rastreara a los responsables de la crisis. Hasta llegar, por ejemplo, a algunas conclusiones que permitían encarcelar a los que compraban bancos con dinero prestado por otros bancos. Y denunciar a las empresas auditoras, igualmente responsables de mentir.
Tanto compromiso ciudadano terminó por trasladarse al nuevo Parlamento salido de las nuevas elecciones convocadas por la nueva situación. Cuando se sienten vigilados por los votantes, los políticos trabajan mejor. El ojo del amo engorda el ganado. Al final, terminaron encarcelando a algunos banqueros.
2008 fue el annus horribilis islandés. Se habían hundido los tres principales bancos, que fueron nacionalizados; los valores de la bolsa habían perdido más del 76%; las deudas privadas ahogaban a los particulares –a los que engatusaron metiéndoles los cheques en el bolsillo (“No te preocupes ahora de pagar. Se paga solo”)-; un préstamo oneroso del FMI iba a hacer conocer a los islandeses los planes de ajuste que bien conocieron antes en América Latina y África. Al final, para salvar al sistema financiero, cada islandés debía disponerse a pagar de inmediato unos 60.000 euros de media. La deuda multiplicaba por cuatro el PIB de Islandia. Aunque en abril de 2009 se configuró un nuevo gobierno (con socialdemócratas y ecologistas), las presiones internacionales hicieron mella. El gobierno de Islandia decidió pactar con los países acreedores, Gran Bretaña y Holanda. Pero el Presidente Ólafur Ragnar Grímsson decidió no aceptar ese acuerdo. Como debiera ser lo sensato en democracia, convocó un referéndum –el 7 de marzo de 2010- sobre el pago de la deuda a los bancos extranjeros responsables de la burbuja. Después de diez años donde los bancos tuvieron barra libre, era momento de poner un poco de orden. La fiesta neoliberal siempre termina con una resaca descomunal. Y los convocados decidieron que las deudas legítimas había que pagarlas, pero las ilegítimas no. Que los bancos son negocios, y si les va mal, no tienen por qué rescatarlos la ciudadanía (¿Acaso se rescata una tienda de ropa que fracasa?). El sistema financiero contraatacó y dijo que Islandia era un “Estado terrorista”. Meterse con los banqueros está a la altura de meter un avión en las Torres Gemelas. Un segundo referéndum insistió: sólo vamos a pagar lo que es justo. Han sido los bancos los que han tenido que adaptarse a las demandas de la gente. “Si nos aprietas demasiado, no te pagamos”. Y lo que parecía imposible, se hizo posible. Hasta procesar al antiguo Primer Ministro, el conservador Haarde, acusado en abril de 2011 de “extrema negligencia” y de ocultar información sobre lo acuciante de la crisis. Encarcelar a los banqueros, procesar a los mentirosos, acusar a los políticos por su negligencia. Suena a revolución.
Concientes de que sin información no hay democracia, en Islandia se ha puesto en marcha la “Iniciativa Islandesa Moderna para Medios de Comunicación”, que busca proteger la libertad de expresión ciudadana (no de las empresas de medios de comunicación). Ya se sabe que el periodismo de investigación con frecuencia es periodismo de filtración. Para que los periodistas puedan investigar, es necesario proteger las fuentes y garantizar los servidores de Internet. Si nos tenemos que enterar de muchas cosas por Wikileaks, que Wikileaks no esté perseguida. Para cerrar el ciclo, decidieron poner en marcha una nueva Constitución. 522 ciudadanos, con el aval personal de 30 firmas, se presentaron voluntarios para redactar un nuevo proyecto constitucional. Salieron elegidas 25 personas, que a través de un proceso asambleario, someten a discusión artículos, reciben propuestas y construyen una proyecto de Constitución verdaderamente democrática. Un proceso constituyente de arriba a abajo. Qué diferente de la Constitución Española de 1978, escrita en secreto, pactada en secreto y votada con el secreto de hurtar a la ciudadanía las discusiones verdaderamente importantes. Claro que era esencial salir del franquismo. Pero las energías utópicas de la época podían haber brindado mayor compromiso. Precisamente lo que están haciendo los islandeses. Lo que ha venido a España a compartir Hördur. Su revolución en marcha y la incógnita española.
El cabezón cabecilla de la revolución islandesa ha contrastado el 15M con la experiencia de su país. Sabe que son diferentes, pero hay proximidades. Mirarse en el espejo de fuera siempre da un reflejo más nítido. Conclusiones. Primero, tanto en Islandia como en España, la ignorancia del movimiento es su sabiduría. Gracias a que no sabían de política, dijeron que no a los que les decían que no hay alternativa. “No sabía que era imposible –rezaba el cartel en la Puerta del Sol-, fue y lo hizo”. Los sofisticados argumentos políticos y jurídicos eran una lengua incapaz de hechizar a los profanos. Sabían que los políticos, los medios, los bancos, les estaban mintiendo. No querían más justificaciones. Hördur, con su tozudez delante del Parlamento, era una abuela de mayo, un padre coraje que no quería excusas, sino compromisos.
En segundo lugar, el movimiento necesita propuestas claras y concretas que ayuden a la gente a articularse. Una vez lograda la “gran conversación” (donde es esencial que todos y todas se sientan parte de la discusión en condiciones de igualdad), llega el momento de definir qué se quiere y cómo se va a lograr. En algún momento, el grueso del movimiento tiene que estudiar. Y para eso, las asambleas son importantes. Porque, o la ciudadanía sabe de qué habla, o viejos o nuevos “representantes” lo van a hacer por ella.
En tercer lugar, la puesta en marcha de un proceso constituyente otorga al movimiento un liderazgo plural (el de cada asamblea que discute la nueva Constitución) y una representación diferente (sometida a la revocación, conectada permanentemente con las bases) que ahonda en la corresponsabilidad y en el aprendizaje de los derechos y las obligaciones ciudadanas. Coraje para ser todos y cada uno líderes (nódulos de una enorme red que se va a tensar cada vez en un lugar, para luego recuperar su horizontalidad); perseverancia para no tener miedo ni entregarse al cansancio. Lucidez para establecer propuestas radicales con los pies en el suelo. Determinación para exigir una Transición 3.0 que permita dotarnos de una Constitución hecha por la ciudadanía para la ciudadanía.
“Me insultaron, me vejaron, me ignoraron, me atacaron, me abandonaron. Pero yo nunca dejé de estar convencido de que tenía la razón, nunca dudé de que mi método pacífico iba a tener resultados profundos”. Hördur Tarfeson no ha venido a España a dejarnos un sesudo manual para revolucionarios teóricos. Ha venido a decirnos: nos lo creímos y lo estamos haciendo. Los pueblos nunca esperan a los intelectuales para hacer sus revoluciones. El 15 M lo resumía con franqueza: “no estamos llamando a la puerta: la estamos tirando”.
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