Extraído de Equo: Texto de Beatriz Gimeno
Mientras los especuladores de por aquí amenazan con dejarnos sin pensiones, sin casa, sin trabajo y sin nada, los especuladores que se dedican a especular con los productos alimenticios amenazan con sumir en el hambre a cientos de millones de personas. Y esto está ocurriendo ante la pasividad de los estados, de los gobiernos, de los políticos, que nos cuentan el cuento de que “no pueden hacer nada”, que los mercados, ese ente, funcionan por sí solos según unas reglas intocables y cuasi naturales. Por supuesto que eso no es cierto, los mercados están regidos por leyes (o por la ausencia de ellas) ideadas por quienes quieren ganar más y más dinero y después condonadas, favorecidas, apoyadas por quienes tenían poder para modificarlas y someterlas a control, para derogarlas. Sabemos que los políticos desregularon a mediados de los 90, a petición de empresas y financieras, el mercado de productos básicos y de materias primas. Estos políticos parecen cada vez más empresarios ellos mismos o pagados por los empresarios, y esta interpretación no puede desdeñarse en tanto que todos ellos en cuanto abandonan la política, lo hayan hecho bien o mal, son contratados por empresas con sueldos fabulosos. Es necesario comenzar a preguntarse para quién trabajan los políticos en realidad.
Si nos resulta insoportable ver como nuestras pensiones pasan a depender de un casino financiero, ver como los alimentos básicos se convierten también en materia especulativa es repugnante y debería ser asunto de estado para todas las democracias. Especular como se está haciendo con el hambre de países enteros debería ser por sí solo motivo para que saliéramos a la calle a exigir a estos gobernantes que paren esta deriva (auto)destructiva e inmoral. Los pequeños agricultores han sido expulsados de sus tierras o se les hace ya imposible vivir de ellas y a cambio las grandes empresas se han hecho con el control de la mayor parte de la producción de alimentos básicos, con lo que pueden fijar sus precios como quieran. Pueden, tranquilamente, decidir que si el precio de un alimento es demasiado bajo y no ganan bastante dinero, entonces simplemente lo tiran, lo almacenan o no lo cultivan; pueden, por ejemplo dedicar la producción de alimentos a otros usos, como la del maíz que cada vez más es usado como combustible para los coches. Y esas decisiones condenan directamente a millones de personas al hambre.
Los habitantes de los países ricos tenemos que darnos cuenta de que todo esto es parte del mismo proceso aunque tenga diferentes consecuencias. Es parte de un proceso en el que la clase política ha entregado el poder a los poderosos para que sean ellos los que decidan las políticas en función de sus intereses. Como resultado de todo esto, la inmoralidad y las políticas injustas se están expandiendo por todo el planeta. Estas políticas inmorales están matando el planeta, condenando al hambre a millones de seres humanos, sumiendo en la pobreza a otros tantos y robando el bienestar que habíamos conseguido en algunos países. No es una exageración, es exactamente lo que está pasando. Debemos exigir que se juzgue con el mismo rasero cualquier vulneración de los derechos humanos, no sólo de los derechos políticos. Tenemos que empezar a llamar a las cosas por su nombre y equiparar a estas políticas con graves vulneraciones de los derechos humanos porque lo son. Quien esté vulnerando o ayudando a vulnerar el derecho fundamental a la alimentación, está cometiendo un crimen contra la humanidad. Todos estos banqueros, financieros, empresarios, especuladores deberían ser juzgados, todos estos políticos cómplices también.
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