Activista por los cuatro costados, Amaia Pérez Orozco plantea una visión muy crítica sobre esta crisis, desde la corriente de la economía feminista que practica. Tras cuatro años de trabajo en el Instituto Internacional de Investigación y Capacitación de la ONU para la Promoción de la Mujer (Instraw, por sus siglas en inglés), que hoy es sólo ONU-Mujeres, lamenta el caos en su funcionamiento. Amaia participa también los grupos de trabajo sobre Feminismo y Economía del Movimiento 15-M. La semana pasada compartió en Tenerife su punto de vista sobre la situación económica actual, invitada por los colectivos Harimaguada, Ben Magec, el Comité de Solidaridad con los Pueblos y la Secretaría de la Mujer de Intersindical Canaria.
–¿Qué es la economía feminista?
–Es una corriente de pensamiento económico, muy reciente, que se basa en una crítica antigua al reparto de los trabajos entre mujeres y hombres. Desde que existe la economía como ciencia, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se viene hablando de esta cuestión, que tuvo un impulso muy grande en los años 60 del siglo XX de manos del movimiento feminista, más bien vinculado a la crítica marxista al sistema. Se cuestionaba el papel que jugaba el trabajo doméstico, si éste se podía asociar al capital o al patriarcado, si generaba plusvalía o no, si era productivo o no. Sin embargo, el nombre concreto de la economía feminista surge en los años 90, en un ámbito anglosajón.
–¿Cuáles son los valores principales que propugna esta corriente de opinión?
–Primero, amplía la idea de economía, para incluir en ella las esferas invisibles del sistema económico, es decir, las que tienen que ver con los trabajos que realizan fundamentalmente mujeres y que no comportan un salario, ni derechos ni reconocimiento social. A partir de esa premisa, se plantea que no sólo hay que hablar de las acciones que mueven dinero, sino que hay que situar en el centro de todo las satisfacciones personales. Es decir, desplazar del centro a los mercados y poner en su lugar a las personas. Segundo, la economía feminista da una importancia grande a las diferencias económicas entre hombres y mujeres, y reconoce el género como otra estructura que organiza el sistema económico.
–¿A qué se refiere concretamente? ¿A las tareas que generalmente tienen asignadas cada uno de los géneros?
–Bueno, ese es el elemento más visible. La división sexual del trabajo es uno de los ejes clave que organiza el sistema económico actual, porque el reparto de los trabajos viene muy marcado por las diferencias de género. No sólo que hombres y mujeres desarrollen trabajos diferentes, sino la valoración que se hace de éstos. Es decir, aquellos trabajos que se pagan tienen una valoración distinta, según estén más masculinizados o más feminizados. Pero, más allá de eso, persiste un menosprecio a los trabajos cotidianos de cuidados de la vida. Esto tiene que ver con un sistema de relaciones de poder, donde los ámbitos masculinizados de lo público tienen mucho más poder que los feminizados de lo privado… No sé si me explico.
–Sí, continúe, por favor.
–Pues desde los inicios del capitalismo se produce una gran excisión entre los ámbitos público y privado, a raíz de la cual lo que se queda en el ámbito privado –fundamentalmente tareas del hogar– se define como no económico. De ahí nuestra primera reivindicación: que ese aspecto sostiene todo el ámbito de los mercados, del Estado, las empresas, etcétera.
–Usted ha dicho que la crisis va más va más allá del colapso financiero. Si tuviera que citar un origen concreto, una gota que colmó el vaso, ¿cuál sería?
–Es que justo creo que la clave sería no buscar esa gota, sino reconocer que el sistema viene haciendo aguas por múltiples vías desde el principio. Desde una perspectiva feminista crítica, el capitalismo es un sistema que no es capaz de generar condiciones de vida dignas para el conjunto de la ciudadanía. Y eso ha sido así desde el principio, con lo que no hay una gota que colme el vaso. Este sistema pone la vida al servicio de la acumulación de capital. Desde las corrientes feministas se venía hablando de que existía una crisis de los cuidados y de que el sistema no generaba condiciones de vida humana cuando, de repente, surgió el estallido financiero al que se ha llamado crisis. Y yo pienso que la crisis económica no es coyuntural, del momento concreto que vivimos, sino estructural, del propio sistema capitalista.
–¿Puede explicar mejor qué se entiende por cuidados?
–Los cuidados son el conjunto de trabajos que permiten que, día a día, la vida funcione.
–Es decir, la atención de los niños, de los mayores, las tareas domésticas…
–Pero también se refiere al cuidado nuestro propio, es decir, que yo hoy no podría estar aquí si no hubiera hecho el desayuno, tenido limpia la casa, o si no me hubiera ocupado de mi salud diaria. Los cuidados son el conjunto de actividades que regeneran bienestar emocional y físico de las personas día a día. Y para regenerarlo se utilizan recursos que vienen de distintos sitios: compramos comida, un aspirador, una casa para vivir, lo que sea, pero todo eso requiere luego un trabajo último de encaje que nos permita ese bienestar cotidiano: tú no te comes el filete crudo, ni te sirve tener un aspirador si no lo usas. El trabajo que hace que eso se transforme en bienestar diario de la gente es a lo que llamamos cuidado. Cuando planteamos situar el cuidado en el centro de la vida es para que ésta tenga calidad, no para que la Bolsa vaya bien. Eso, en todo caso, es un instrumento del que nos dotamos para que exista esa calidad de vida cada día. Muchas veces nos quedamos en el instrumento, en vez de pensar si realmente nos está sirviendo para lo que se supone que es el objetivo último del sistema económico, que no se otro que generar condiciones para una vida que merezca ser vivida.
–Imagínese que tiene ante sí a un economista liberal, opuesto a su forma de entender la economía. ¿Cómo le explicaría por qué es peligroso que se privaticen esos cuidados, una realidad de la que usted advierte?
–Históricamente, la inmensa mayoría de los cuidados se han hecho fuera del mercado, es decir, mediante trabajo gratuito de las mujeres, sobre todo. Ahora comienza a hacerse negocio con ellos. Durante mucho tiempo se decía que no salían al mercado porque tenían la enfermedad del coste, es decir, que eran trabajos muy intensivos en mano de obra donde era muy difícil generar constantes incrementos de productividad, que son los que mantienen el constante aumento de beneficios y lo que sostiene la lógica del mercado. Un ejemplo: yo puedo crear una máquina para producir azúcar cada vez más rápido, pero cuidar a una persona con alzheimer no permite esos incrementos de productividad, porque es una labor que requiere un tiempo. Sin embargo, como están entrando en el mercado estos trabajos, la vía para hacerlos rentables pasa por dos aspectos: uno, dar cuidados de calidad totalmente diferente según lo que se pueda pagar, lo que fomenta una enorme desigualdad entre personas, y dos, explotar el sentimiento de compromiso de las trabajadoras, lo que llamamos ética reaccionaria del cuidado.
–¿Y qué significa eso?
–Pues que al margen de las condiciones laborales que tú tengas te nazca un sentimiento de responsabilidad, no hacia la empresa, sino hacia la persona que estás cuidando, y aceptes hacer tu trabajo lo mejor posible, te paguen lo que te paguen y te den los derechos que te den. Por eso es tan difícil montar una huelga en este ámbito, porque no estarías protestando contra la empresa, sino contra el anciano, el niño, el enfermo… Y ese sentimiento de compromiso y responsabilidad se explota. Este campo es un nicho en el que se degradan condiciones laborales de una manera flagrante y donde es mucho más difícil exigir tus derechos laborales. En un sentido más amplio, los bienes y servicios básicos para la calidad de vida de la gente, como son los cuidados, no pueden estar sometidos al ánimo de lucro si queremos que haya condiciones de universalidad e igualdad, como ocurre con la educación y la sanidad.
–En esa incompatibilidad que ve usted entre la acumulación del capital y el sostenimiento de la vida, ¿no sería posible encontrar un punto intermedio que integre dinero y vida?
–Ya, bueno, este es el disenso básico que tenemos con los economistas liberales. Éstos creen en la mano invisible del mercado, es decir, que cada quien, buscando su máximo bienestar individual y egoísta, va a lograr mayor bien colectivo. Desde la economía feminista lo que decimos es que lo que logra ese mayor bienestar colectivo no es la mano invisible del mercado, sino la de la vida cotidiana. Porque justo esos trabajos invisibles, los cuidados, son los que arreglan los desajustes que produce el mercado y son los que, además, se preocupan por la calidad de vida de las personas. El capital utiliza la vida como un medio para acumular beneficios. Un ejemplo: imagínate que me dedico a producir comida, pero mi objetivo no es que la gente coma, sino enriquecerme con esa venta. Un caso clarísimo es el que representan muchos países donde se han exportado cantidades ingentes de alimentos al tiempo que se está viviendo una hambruna en el país; o, por ejemplo ahora, que en un momento de crisis bursátil ha habido capitales especulativos que se han refugiado en los valores seguros, los alimentos, que se van a comprar siempre, porque la gente necesita comer. De esta forma, el precio de los cereales ha subido muchísimo y este hecho está en la raíz misma de las hambrunas que se viven hoy en varios países del mundo.
–Volviendo atrás, ¿es posible un equilibrio entre capital y vida?
–Pues podría haber un equilibrio precario; se puede intentar en un momento determinado, pero existe una tensión de fondo que termina siempre apareciendo.
–En los últimos tiempos han surgido conceptos económicos que antes no manejábamos. Entre ellos, la prima de riesgo. ¿Por qué se ha complicado tanto la economía si es una cuestión que nos atañe a todos?
–Se ha producido una enorme tecnificación del discurso económico en el que han surgido términos complejísimos que lo que provocan al final es que la gente no entienda de qué nos están hablando.
–Da por pensar si se hace de forma intencionada para que el mensaje que finalmente cale sea el de “estamos fatal, hay que esforzarse más, recortar gastos por todos lados”.
–Nos están expropiando la capacidad de opinar. La economía es una ciencia social, habla sobre cómo gestionamos los recursos, y con ella se está intentando construir una especie de ciencia exacta donde parece que sólo la gente iniciada puede opinar. Y al final las discusiones sobre qué hay que hacer en materia económica se convierten en discusiones técnicas, en vez de políticas, cuando la economía es fundamentalmente política. Todos esos tecnicismos nos quitan la capacidad de opinar y hacen que nos sintamos atrapados, sin capacidad de generar discusión política en torno a cómo queremos organizar la gestión de nuestros recursos.
–Hay quienes piensan que muchas decisiones políticas están secuestradas por las opiniones que vierten las agencias de calificación de deuda.
–Desde luego. Y encima estas agencias son monopolios, porque luego, además, el discurso neoliberal es muy contradictorio, ya que se supone que habla la libre competencia del mercado y las agencias de calificación, que ahora mismo tienen un peso terrible a nivel internacional, son realmente tres (Moody´s, Standard & Poor´s y Fitch).
–¿Tan inocentes son los gobiernos como para no pensar que las agencias se mueven por propio interés para su beneficio?
–Pero es que existe una connivencia grande entre el poder político y financiero. Eso es así, aunque lo conozcamos poco. Parece que la economía se ha convertido en una especie de teología, de religión. E insisto en que parece que no podemos opinar. Es decir, llegan los mercados y la Bolsa y es como si llegaran las siete plagas de Egipto contra las que no puedes hacer nada. Y encima, los mercados nadie sabe lo que son, nadie los ha visto, nadie los comprende pero todo el mundo está sometido a sus designios divinos. Con eso hay que romper, atrevernos a opinar y a exigir entender. La Bolsa se ha vuelto un terreno complejísimo y fértil para engaños. Por eso hay que volver a situar la economía en el centro de lo cotidiano.
–¿Qué pasaría si se produjera una gran huelga de empleadas del hogar?
–El mundo se desmoronaría. Una huelga así dejaría totalmente en el aire a personas con mucho poder en el sistema político y económico. Porque no tendrían la camisa planchada, la casa limpia, la comida preparada, etcétera. Sería muy potente. Existe un menosprecio absoluto hacia esos trabajos que, al final, son los que te permiten vivir. Los cuidados son el engranaje cotidiano que permite que el mundo se mueva.
–Es parte activa del movimiento 15-M, al que desde algunos sectores se le critica que no termine de concretar sus propuestas.
–¡Pero es que llevamos cuatro meses! ¿Qué movimiento, organización, partido o colectivo consigue lo que hemos hecho en el 15-M en cuatro meses? Es una crítica injusta, se nos pide demasiado.
–Se ha criticado también la poca influencia real que ejercen en los gobiernos organismos tan enormes como la ONU. ¿Hasta qué punto su acción en el ámbito de la mujer ha sido efectiva?
–Yo conozco una parte muy pequeñita de ese gigante que es la ONU, pero es muy caótico y funciona muy mal. Por lo que sé, la unificación en ONU-Mujeres, que dirige Michelle Bachellet, de los cuatro organismos que antes funcionaban en Naciones Unidas en ese ámbito de la mujer está siendo desastrosa. Sobre la capacidad de influencia sobre los gobiernos, la ONU está formada por países, no es un órgano independiente, externo. Y se supone que la ONU no puede criticar a los países que la integran, aunque eso no es así siempre. Naciones Unidas u organismos asociados como el Banco Mundial y otros imponen condiciones a ciertos Estados y en ciertas dimensiones y políticas. En el tema de la mujer, la ONU ha jugado un papel importante en América Latina, es decir, en países en vías de desarrollo donde sí se atreve a decir qué hay que hacer. Por ejemplo, se podía abrir la boca para cuestionar el empleo de hogar en Colombia, pero no el régimen absolutamente discriminatorio al que se tiene sometido este tipo de trabajos en España. A los países con mayor poder no se les puede rechistar. Y en cuestiones de género al Gobierno español no se les puede decir casi nada, porque va de adalid de los derechos.
–El Gobierno de Zapatero ha desarrollado políticas de igualdad que han sido muy aplaudidas pero que en momentos de crisis se han recortado, como ha ocurrido con el propio Ministerio de Igualdad. ¿Fue una apuesta real o sólo de cara a la galería?
–El Gobierno ha entendido que la igualdad es una política de la que se puede prescindir. Las cuestiones de género han tenido un carácter simbólico y se ha jugado con ellas; han sido como una pelota de ping pong en el terreno político. Zapatero montó un Ministerio de Igualdad sin presupuesto ni competencias, fue algo simbólico. Y cuando las cosas se pusieron difíciles lo eliminó, aunque supusiera un ahorro absolutamente mísero.
Deja una respuesta