De toda la discriminación de las mujeres, aquella que tiene un carácter más radical, aquella en la que se muestra de una manera más descarada es precisamente esa, la de la prostitución. De todos los colectivos de mujeres que están oprimidas, que están explotadas, discriminadas y subordinadas por hablar de todas las formas de la opresión, son precisamente las mujeres prostituidas las que reúnen todas las características.
El hombre usuario de prostitución hace una distinción entre las mujeres: las putas y el resto. La distinción la hacen los varones, no las mujeres (los escasos chicos varones que se prostituyen, simplemente se encuentran desempeñando un status social femenino). La clave está en que las posiciones abolicionistas ven la prostitución como un mercado que se organiza en torno a la sexualidad opresiva y tradicional del hombre (buenas/malas mujeres), mientras que las trabajadoras del sexo defienden su profesión más allá de su salida laboral, como una liberación. Pero es imposible que el sexo comercial destinado fundamentalmente al hombre sea la liberación sexual femenina, más bien al contrario, refuerza estereotipos. Lo ideal es una saludable relación bien elegida, libre, sin culpas ni complejos donde el respeto a la sexualidad y el deseo de quien se tenga en frente sea el elemento fundamental.
El grave problema es que acabar con la prostitución tal y como existe ahora sería ir en contra del Capital y tratar de eliminarlo, eso es hoy por hoy irreal. Igualmente sostener que dotando a una prostituta de estatus de trabajadora se elimina su clandestinidad y estigma, es igual de irreal.
Jamás se podría entender la prostitución como un ejercicio de libertad sexual de las mujeres. La libertad sexual es uno de los conceptos que se oponen de una manera más radical a la prostitución. La prostitución es una forma extraordinariamente dura de ganarse la vida. Cuando aumentan los niveles de bienestar de una sociedad y disminuye la desigualdad, de una manera inmediata las mujeres de esa sociedad abandonan la actividad que tenían cuando había más pobreza, la prostitución. Más del 90 por ciento de las mujeres que ejercen la prostitución en España son inmigrantes, de modo que es imprescindible para poder entender el fenómeno social de la prostitución, entender que hay una relación de necesidad entre prostitución y desigualdad, entre prostitución y pobreza.
En cuanto al consentimiento al que se apela para considerar la prostitución un trabajo, el contrato tiene que tener límites, y las sociedades en las que vivimos ponen límites al contrato. Existe el límite en la propia esclavitud, existe límite, por ejemplo, al trabajo infantil, existen límites a contratar que tú puedas vender tus propios órganos; la libertad de contrato ha de ser limitada, y todo contrato, por el hecho de serlo, no es legítimo. Y es importantísimo que volvamos aquí a diferenciar lo que es la legalidad de lo que es la legitimidad.
Muchas veces hay hechos que son considerados legales y, sin embargo, no son legítimos. La libertad sexual está vinculada al deseo y al placer, y en las mujeres prostituidas no hay libertad sexual ni placer, solo hay una forma de ganarse la vida. Es imprescindible establecer, poner al descubierto la vinculación que hay entre prostitución y neoliberalismo. El neoliberalismo tiene un deseo ilimitado, que es el de que todo lo que existe forme parte del mercado, que todo se pueda vender y todo se pueda comprar, incluidos los cuerpos de las mujeres.
Los derechos humanos no se pueden cuestionar, pero sí se puede hablar de cuáles han de ser las políticas. Todos los fenómenos de subordinación y de explotación se tienen que tratar con políticas públicas de igualdad. Y las políticas públicas de igualdad históricamente tienen un instrumento. Y el instrumento que tienen las políticas públicas se llama medidas de acción afirmativa, y se llama medidas de discriminación positiva. Y las medidas de acción afirmativa y de discriminación positiva, desembocan en democracia paritaria. Por lo tanto, todas las políticas que se puedan hacer tienen que ser políticas públicas de igualdad, tienen que tener los mecanismos de la acción afirmativa y de la discriminación positiva.
La única manera razonables de abordar el problema es entender que las mujeres prostituidas son un segmento de población extraordinariamente pobre, con unas condiciones inimaginables de desventaja social, y que se requiere un compromiso de todos los sectores sociales para que esas mujeres puedan acceder a los espacios de libertad y de igualdad que, por cierto, en teoría se nos conceden a las mujeres del primer mundo como si fuesen nuestros derechos humanos.
Si se llega a la conclusión, ideológicamente, de que la prostitución es un trabajo como otro cualquiera y que es un servicio que presta un grupo de mujeres a la sociedad, eso va a generar dentro de los niños y de las niñas de una forma bastante invisible aparentemente que esos niños y esas niñas van asumiendo de una forma “inconsciente”, que las mujeres podemos ser usadas, y que nuestros cuerpos se pueden comprar y vender igual que se compra y se vende un coche o igual que se compran y se venden otros objetos de consumo.
Y un dato sigue siendo válido: allá donde hay reglamentación hay aumento de la prostitución, y allá precisamente donde hay abolicionismo, como en Suecia, lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario.
Se precisa que el poder político sea un instrumento de cambio social. En esa medida tienen mucha importancia las leyes. Las leyes no cambian el mundo, pero las leyes son un instrumento más en la transformación del mundo, uno más. Lo que queremos siempre es que se cumplan. No siempre se acaban de cumplir, pero las leyes son importantes también por otra cosa, y es porque toda ley tiene un carácter pedagógico
L.G.
Reinaldo dice
Me gustarían políticas que equiparen institucionalmente la prostitución con la violencia de género extrema, medidas concretas que acaben con la tendencia a la normalización de la prostitución como un trabajo cualquiera, independientemente del consentimiento de las mujeres.
Debe haber un mayor apoyo institucional hacia las meretrices y una protección real y efectiva que no selimite a la expulsión y repatriación por trata de blancas. Es obligatorio actuar en torno a los responsables y no sancionar a las prostitutas, puesto que lo que hay que hacer es erradicar la demanda y penalizarla, ya que si no se está fomentando una relación violenta y agresiva.
Sería también necesaria la responsabilidad de los medios de comunicación, a quienes ha pedido la prohibición de anuncios que promuevan el proxenetismo y la trata de mujeres, una publicidad con la que se obtienen beneficios económicos derivados de la explotación sexual de mujeres y niñas.
La normalización de esta actividad que pretenden determinados sectores de la sociedad conduce a que las propias víctimas de estos abusos acepten su situación y no la denuncien.
Por mucho que se empeñen en mostrar testimonios de jóvenes que están en la calle por voluntad propia, está claro que el chulo está detrás de ellas amenazándolas.
Un 67 por ciento de las mujeres que se dedican, o se han dedicado, a la prostitución sufren estrés postraumático, un síndrome detectado por primera vez en los soldados americanos que regresaron de la guerra de Vietnam, y que por aquel entonces reflejó un 18 por ciento de incidencia.
Los síntomas derivados de esta patología son hipervigilancia, ansiedad, trastornos severos del sueño y de la alimentación e inadaptación al ritmo de la vida cotidiana.
Además, se produce una “descorporalización”, definida como la separación del cuerpo físico de su identificación espiritual por la repetición de relaciones sexuales no deseadas, es decir, violaciones.