Artículo de Beatriz Gimeno del 24 de febrero, extraído de su blog personal.
“A propósito de la película También la lluvia de Itziar Bollaín, la Plataforma contra la privatización del Canal de Isabel II organizó un acto para seguir manifestando su rechazo a esta anunciada privatización, otra más, que se nos viene encima y que es de las más graves que vamos a padecer los sufridos madrileños. En contra de lo que afirman los privatizadores, no se ha podido demostrar que la privatización haga funcionar mejor ningún servicio, a la larga no baja tampoco el precio, sino que acaba subiéndolo, desciende la calidad del mismo y, sobre todo, el derecho de las personas a su uso igualitaria y equitativamente.
Pero privatizar lo que por su propia naturaleza tiene que ser un monopolio es un robo. En primer lugar ofrecer agua de calidad, como se hace en Madrid, a precios razonables y para todos, ha requerido 150 años de inversiones públicas enormes que hemos pagado toda la ciudadanía y que han sido bien empleadas porque el servicio es bueno y funciona bien. Se pretende vender un servicio público esencial, y se venderá barato porque de otra forma ninguna compañía querría comprar, dado que se supone que se le impondrán algunas obligaciones.
Las obligaciones tienen que ver con que se trata de un monopolio, así que pase lo que pase del grifo tiene que salir agua de una mínima calidad. Por nuestra parte no podemos elegir qué agua beber, ni podemos buscar otra más barata ni que sepa mejor. Pero a la empresa no le interesará proporcionar un buen servicio ni una buena agua, sino ganar dinero por lo que tenderá a rebajar los costes lo más posible, lo que terminará influyendo en la calidad de manera inevitable, lo que además podrá hacer sin problemas al no tener competencia. Haga lo que haga la empresa tendremos que seguir usando el agua que salga del grifo. De manera inevitable la calidad va a empeorar así que al final terminaremos comprando agua mineral para beber y usando la del grifo para ducharnos y cocinar, pero a mucho mayor precio.
El agua, además, es un bien escaso que hay que cuidar. Pero a la compañía no le interesará que ahorremos agua, sino que la gastemos. Cuanta menos agua haya, más podrá subir el precio. Todo lo relacionado con los aspectos ambientales (caudales ambientales, protección de riveras, depuración de aguas residuales, etc) serán dados de lado porque no son económicamente rentables en el corto plazo. Se acabaron los cuidados para ahorrar, las campañas, la educación cívica, la concienciación; el daño medioambiental puede ser enorme. Pero además, y como ocurre siempre con todos los monopolios privatizados, los ferrocarriles ingleses es el ejemplo típico, cuando la compañía haya exprimido el negocio lo más posible, el agua sea peor y más cara y andemos todos comprando agua mineral, entonces es posible que la empresa decida que al estar obligada a ofrecer unos mínimos necesarios, no gana suficiente dinero (el capitalismo es insaciable). Entonces simplemente abandonará el negocio y como no podemos estar sin agua, tendrá que ser el estado el que venga a recomponer con dinero público un servicio que funcionaba bien y que habrá sido expoliado.
Nos gastaremos millones en arreglar el desaguisado y cuando esté otra vez en marcha…puede que venga otra Aguirre (o la misma si es que no conseguimos echarla) y lo regale de nuevo a algún empresario, seguramente amigo o conocido. Así funciona el capitalismo, dinero público, de todos, a manos privadas; el beneficio para los ricos, las pérdidas para todos los demás. Un robo que funcionará hasta que nos demos cuenta y, como los habitantes de Cochabamba, estemos dispuestos a salir a la calle a luchar por lo que es tan de todos como el agua”.
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